Ya pueden ir con pistola al colegio. Los maestros que enseñen en Florida, aparte de suspender a los zoquetes que no sepan contestar dónde desemboca el río Misuri, y además de castigar sin recreo a las alumnas que fumen a escondidas, a partir de ahora también podrán desenfundar su revólver y vaciar el cargador si la cosa se pone fea en clase. Al menos así lo permite una ley que acaban de aprobar en ese estado donde existe un problema grave con las armas de fuego (ya que no sería la primera vez que alguien provoca una masacre liándose a tiros en los pasillos de su instituto), pero donde lo mejor que se les ha ocurrido para poner remedio precisamente es convertir la pistola en el complemento ideal de la tiza.

A mí, quitando en las películas, de las pistolas no me gustan ni las cachas, que ya es decir. Por eso, igual que nunca he entendido a los que defienden la pena de muerte y pretenden acabar con los asesinatos asesinando a los asesinos (que viene a ser como acabar con el canibalismo cocinando a los caníbales en salsa verde), es lógico que tampoco me encaje demasiado que la solución contra el uso de armas en la escuela pase por convertir los colegios en cuarteles de artillería con columpios.

Pero estas cosas por ahora sólo ocurren al otro lado del Atlántico. Afortunadamente en España preferimos los tiroteos dialécticos y en el terreno de la enseñanza nos conformamos con entablar polémicas sobre si la religión debe tener el mismo peso académico que la trigonometría, o si enseñando cómo funcionan las democracias no se estará adoctrinando indebidamente a unos chavales que en un momento dado simpatizan más con las dictaduras. Por eso en nuestros colegios no parece que vaya a contemplarse aún esa posibilidad de que las maestras lleven en el bolso su buena escopeta de cañones recortados.

Lo que sí se podría empezar a barajar es alguna forma de proteger mejor a esas mismas maestras contra los energúmenos con los que pueden tropezar en clase y que, sin organizar una balacera, a veces consiguen sembrar el terror en las aulas donde pacen.

Cada vez son más frecuentes los casos de profesores a los que agarran por las solapas los padres que no entienden cómo sus hijos suspenden todas las asignaturas. Y el problema no se limita al ámbito educativo, porque cada vez aparecen más noticias sobre enfermeras agredidas, sobre celadores vapuleados en los hospitales y sobre médicos que las pasan canutas cuando tienen que atender a unos pacientes tan bestias que harían mejor acudiendo a la consulta de un veterinario.

Algo funciona mal en una sociedad donde los encargados de curar -así sean las enfermedades o el analfabetismo- se sienten amenazados por la clientela. Así que, por favor, busquemos pronto un remedio civilizado, no sea que algún día tengamos que llegar al extremo de armar a nuestros profesores, como en Florida, o haya que dotar las salas de espera de los hospitales con material antidisturbios, carros de combate y algún que otro batallón.

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