Jerez Íntimo

Marco Antonio Velo

Frío en Jerez

La ciudad se ha puesto su bata de estar por casa. El frío la ha dejado “inmóvil como el colibrí”, por entrecomillar el título de una obra híbrida de Henry Miller. El frío se vale de sí mismo para colocar a los ciudadanos contra las cuerdas. Jerez es prolija en abrigos. El circunloquio de las bajas temperaturas nos abruma y nos aduna. No se trata de un argumentum ad absurdum porque este momento glacial ha pegado un derechazo en toda la quijada del vecindario. Andamos a tientas de puro parapetados tras las mascarillas y de tan envueltos por el serpenteante zigzag de las bufandas. El frío recita su segunda antología de versos apócrifos. Y a tal fin engola la voz. Y es entonces cuando descubrimos que tiene algo de Credo de la liturgia climatológica porque el frío habita en todo lo visible y lo invisible.

Anna Caballé escribió en 2004 un libro revelador titulado ‘Francisco Umbral: el frío de una vida’ -sagaz interpretación de la escritura umbraliana a partir de los escollos y las cortapisas reales que jamás dejaron de asediar al dandy vestido de Pierre Cardin-. Jerez padece ahora el frío de una vida que es la recién parida de la era pospandémica. Hoy todo se hace camino al desandar para, en proceso inverso -como un retrospectivo regreso a la semilla-, volver a ser aquello que fuimos. Con anhelos que tiritan. Ya escribió Antonio Machado este claroscuro vaticinio: “siempre que sale el alma de la obscura/ galería de un sueño de congoja,/ sobre un campo de luz tiende la vista/ que un frío sol colora”.

La ciudad es una tarde desabrida con toque de queda. En la intimidad de lo temible -allí donde nadie te ve- no pocos paisanos observan atónitos cómo el termómetro alza la pulsión del covid. Hogaño es una incertidumbre de pijama enfundado. Antaño, una nostalgia desnuda que jamás supimos apreciar en su entera dimensión. Jerez es hoy la universalidad de una luz opaca. Todo es frío en derredor: el maná de la antigua normalidad jamás fue un alucinógeno. El coronavirus, ese intruso, ha arrimado la jeta a su -incontinenti- afán de notoriedad. ¡Quién nos lo iba a decir hace apenas año y medio! Ya escribió Bulwer-Lytton -el caudaloso escritor de ‘Los últimos días de Pompeya’- que “el destino se ríe del cálculo de probabilidades”.

Jerez es frío de calles sin caramelos que no dibujan senderos por el aire de la tarde noche del 5 de enero. Jerez es frío de atriles que quedarán silentes el Domingo de Pasión en Villamarta. Jerez es frío de chaqueta desabrochada sobre la percha de otro Domingo de Ramos sin procesiones. Frío de ausencia de calor humano en ciertas institucionales reuniones telemáticas. Jerez es frío de profesores abrigados hasta la coronilla y su alumnado asimismo hasta la colcha en clases que son iglús por la corriente de las ventanas abiertas. Jerez es frío de un Real de la Feria sin casetas ni coches de caballos ni versos de Pemán ni letrillas de los Romeros de la Puebla. Jerez es frío de cancelas con horario reducido y niños sin la caliente bola de cera de penitentes generosos. Frío de metal de cornetas que no tocan su largo solo de ‘Silencio Blanco’ y frío de la carencia de madrugadas por soleares de peña en peña. Frío de codales con pabilos sin mecha. Frío de plata repujada bajo el plástico de su añoranza. Frío de la ceniza que nos fragiliza en la levedad del “polvo eres y en polvo te convertirás” pero guardando las estrictas distancias de seguridad. Frío de labios que no besan las manos de Sagrados Titulares. Frío de coches que no tropiezan en la calle del Infierno. Frío de tiempo de caracoles sin caracoladas…

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