EL viernes Mariano Fernández Bermejo salió del Congreso, vitoreado en plan torero por los diputados socialistas hipocritones, afirmando que no dimitía porque quería seguir sirviendo al país. Tres días después ya no parece dispuesto a servir al país: dimitió como ministro de Justicia. O Zapatero le obligó a dimitir disfrazando el cese con el maquillaje de una dimisión para no perjudicar al Gobierno.

El ministro se ha ido, o le han ido, en la más absoluta soledad. No lo defendía nadie en las filas socialistas -no digamos en las otras- y si alguno, por su posición institucional, salía en su defensa, lo hacía a regañadientes, con una insinceridad que se notaba a la legua. Zapatero ya tenía decidido destituirlo en la primera remodelación de Gobierno, prevista para dentro de unos meses, pero el cese se ha adelantado. Probablemente, por la evidencia de que los escándalos políticos terminan mejor si se pagan al contado que a plazos. Los plazos son más cómodos, pero más dañinos para el que salda su deuda.

Y el de Bermejo ha sido un escándalo en toda regla. Un ministro de Justicia que comparte montería, y lo que la montería conlleva, con el magistrado que acaba de destapar una trama de corrupción en la que está implicado el principal partido de la oposición -mientras mantiene detenidos a varios de los imputados- y con el jefe de la Policía Judicial que investiga el caso, tiene difícil defensa. Si después le descubren que usa una finca del Estado para sus correrías cinegéticas y su descanso personal, y que cazó el fin de semana de autos en una comunidad para la que carece de licencia, su defensa se hace imposible.

Todo ello remite, además, a una forma de vida que pensábamos más propia de un antiguo señorito de derechas que de un ferviente defensor del proyecto socialista, y creo que la inmensa mayoría de los socialistas piensan igual. Como Bermejo ha sido agrio y soberbio a más no poder y, encima, durante su mandato en Justicia ha habido una huelga de funcionarios y otra de jueces (ésta, por vez primera en la historia) y el conflicto amenaza con ir a más, la verdad es que el cese ya estaba tardando mucho.

De todos modos, el factor decisivo en la marcha de Fernández Bermejo ha sido que la mezcla de cacería escandalosa, ineficacia en la gestión y engreimiento en la actitud se había convertido en una tabla de salvación para que el Partido Popular levantase una espesa cortina de humo alrededor del escándalo de sus conseguidores, que los ha habido, y sus relaciones con altos cargos del partido, que la Justicia habrá de dilucidar si las hubo.

Tras la caída de un Mariano (Bermejo), el otro Mariano (Rajoy) no podrá esconder lo suyo. Ahora le toca al PP dar la talla. Veremos si la da.

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