Miki&duartede poco un todo

Enrique García-Máiquez

Marqués de qué

QUÉ manera de progresar! Durante los años del aznarato hubo mucha gente que prosperó en España. Lícitamente: la situación económica del país llegó a ser boyante, el desempleo se puso bajo mínimos y los efectos del crecimiento desordenado y especulativo todavía se estaban incubando, no habían dado la cara. Los ministros del ramo lo hicieron razonablemente bien.

También hubo gente, las menos, que progresó de un modo digamos irregular. Aprovechando su proximidad al poder. Esto no es nada nuevo. Ocurre siempre, aunque se potencia sobre todo en las épocas de mayoría absoluta (2000-2004, en este caso), cuando los gobernantes se ensoberbecen y desactivan los controles dando vía libre a los logreros y trepadores que se cobran a precio de oro su lealtad más bien sobrevenida. Se arriman al perol y, carné en ristre, logran de las administraciones amigas contratas, concesiones, recalificaciones y otras modalidades del enriquecimiento parapolítico.

Tal parece el caso de Francisco Correa, el cabecilla de la trama Gürtel, que con la colaboración inestimable de El Bigotes y otros montó un tinglado considerable de empresas orientadas a valerse de su amistad con la cúpula del Partido Popular -y lo que no es la cúpula- para obtener beneficios millonarios a cambio de servicios de escaso valor o simplemente inexistentes, dar pelotazos inmobiliarios a base de sobornos y, en general, hacer negocios traficando con sus influencias.

De todo ello repartió bastante, porque en estas actividades la prudencia más elemental aconseja no dejar descontento a nadie que haya intervenido en su gestación, pero le quedó un buen pico para él. El juez instructor del caso ha preparado unos cuantos embargos contra los bienes acumulados por el jefe de la trama a fin de subastarlos y reintegrarlos a las arcas públicas en caso de que sea condenado. Noventa y nueve embargos, exactamente, lo que da una idea del patrimonio que este hombre ha podido ir reuniendo, tacita a tacita. Por eso digo que qué manera de progresar.

La Policía le entregó al juez previamente un listado de 102 bienes de Correa o de sociedades pantalla que Correa fue creando. Allí figuran 25 fincas y parcelas en Madrid, Baleares y Cádiz, unas treinta casas y apartamentos, dieciocho plazas de aparcamiento, veintidós coches y dos barcos (en este sector se ve que confió poco). Aparte de esa minucias se le han encontrado 33 millones de euros en Suiza y Mónaco, que no sé yo si será factible embargarle también, porque son dos sitios muy protectores del dinero de su clientela. Si es verdad que el afán de propiedades es un síntoma del miedo a la muerte, Francisco Correa debe estar realmente aterrado.

SI sumamos mi romántico interés por los títulos nobiliarios, tan característico de la clase media, con mi amor a los libros, se entiende que me haya llamado especialmente la atención el marquesado a Vargas Llosa. El de Del Bosque también, por venir del deporte rey, que nos afecta a todos. Me alegro por ellos y por nosotros, a los que han prestado grandes servicios. Aunque me asaltan algunas inquietudes: una de forma, otra de fondo, y la última política.

De forma: tendrían que haberles dado títulos más originales, ¿no? Marqués o Mario, Vargas Llosa ya es Vargas Llosa. Yo hubiese aprovechado uno de sus propios títulos para darle un título, haciendo valer la homonimia. Marqués de Casa Verde, por ejemplo, es bastante más eufónico y significativo. Y para Vicente del Bosque, Conde del Doble Pivote.

Por otra parte, habíamos creído, ingenuos, que los títulos premiaban el mérito. Pero premian el premio. Se concede el marquesado al que se llevó el Nobel, y no tanto al escritor de importantes novelas ni al peruano que ha defendido a España como no se atreve a hacerlo casi ningún peninsular. La prueba salta a la vista: se ha esperado al Nobel para marquesizar a Vargas Llosa, siendo sus libros o su defensa de España méritos más que suficientes para que la Corona le hubiese otorgado ya el título hace años, cuando en Estocolmo se hacían los suecos. Pero, ¿de qué me extraño? Los condados los ganaban los que ganaban una batalla, nunca el que la perdía con honor. O el que remataba pingües negocios, jamás el honesto tendero. Así gira el mundo, suspiramos, desengañados, mientras nuestro ingenuo romanticismo se desvanece un tanto a cada nueva vuelta (de tuerca).

El mismo pudor que embarga a los nuevos nobles es una buena prueba de lo que mantengo. "No han dejado de lloverme premios", confiesa un abrumado Del Bosque, y añade que su principal título será siempre el de mister. Ojo al dato, porque ahí justamente reside su mérito. Por dentro oirá el murmullo de la melancolía: sabe que de no entrar un gol o de entrar, sí, pero en la portería de Casillas, la sequía de reconocimientos sería ahora impresionante. Vargas Llosa, más redicho, ha dicho que él es plebeyo y lo será toda su vida. Ninguno de los dos dejará de estar orgulloso de sus logros, como es lógico, pues son para estarlo, pero este palpable azoramiento, que les honra, responde al descarado culto al éxito.

Los títulos a la larga se justifican porque son un compendio de la historia más gloriosa de España, y una reserva de tradiciones, mantenidas dentro de la institución familiar, y suponen un deber de ejemplaridad ante el conjunto de la sociedad. ¿Les suena esto bastante anacrónico? A mí también, por desgracia; y ésa es mi inquietud política. Para una aristocracia de papel couché, nos ahorramos el teatro, y nos resignamos a una jet de celuloide y televisiva, que es, por lo visto, la que se impone.

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