No tengo remedio. Con la que está cayendo, me fastidia que le hayan puesto a Irene Montero y Pablo Iglesias el mote de «marqueses de Galapagar». El municipio de Galapagar y los galápagos merecen un respeto, y, sobre todo, la institución del marquesado, aunque sea de pega. A ver si los revolucionarios van a ser quienes, para meterse con los líderes de Podemos, necesitan asociarlos al Antiguo Régimen.

Como partidario acérrimo de la nobleza de espíritu, un detalle tendría que alegrarme. A la gente le encanta convertir en insulto un título nobiliario, sí, pero la consideración de señor o señora y de caballero o dama, siguen siendo elogios superlativos. Chesterton vio ahí la auténtica fuerza de la aristocracia: que un portero, cuando quiere alabar a alguien, pondere: "¡Es un caballero!".

No parece caballeroso aprovecharse de los marqueses, entre los que hay de todo, para caricaturizar a los propietarios de un chalet a los que su neocondición burguesa se les ha subido, por lo visto, un tanto a la cabeza. Gabriel de Araceli, el protagonista de los Episodios Nacionales, epítome del español y, por tanto, modelo de nobleza interior, no siente ante los aristócratas ni desprecio ni fascinación. Si termina casándose con una, es por puro amor.

No pretendo rodear los marquesados de un halo refractario al humor. De hecho, a menudo a mi hijo de ocho años le espeto que es un señor marqués, por su tendencia al confort del rentista y una habilidad sutil para que todos terminemos rindiéndole obsequiosos servicios. Pero es un mote admirativo. También hereditario, porque mi padre y mi abuelo me lo espetaban de pequeño (he recordado). Va en la sangre, aunque a través de la conducta.

Podría sospecharse que, con mi rechazo al uso vejatorio del marquesado de Galapagar, defiendo el privilegio de la metáfora nobiliaria para mi hijo con batín esperando que alguien le acerque una taza de leche caliente. Será subconscientemente, porque sólo quiero sostener un respeto por las instituciones tradicionales. Tampoco me gusta que se usen marquesados reales (Torre Fuerte o Valtierra) como motivos de escarnio o mofa. Necesitamos como el comer todos los marcadores de excelencia posibles, incluyendo los más clásicos. Los marqueses ya tienen bastante trabajo por delante con el esfuerzo por estar a la altura de sus mayores como para que vengamos nosotros con las bromitas, tan fáciles y gastadas, además.

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