Terminar tu carrera política por un Mastericidio es una forma muy tonta de palmarla para la vida pública. Te quedas sin título y sin sillón, con el prestigio por los suelos, ya puedas tener seis doctorados. No sé cómo saldrá la presidenta madrileña de esta, si cogió un atajo o no, pero no pinta bien, ni para ella ni para el Rector. Debería cundir el ejemplo y revisar el doctorado-trampa de Pedro Sánchez, la investigación irrelevante y bien remunerada que le proporcionó a Errejón su compinche de la universidad malagueña, o la financiación vía consultora de la dictadura bolivariana al Ilustre bolchevique Monedero. Otros, engordaron "por error" sus currículums: la licenciatura inexistente de Elena Valenciano o el Grado con el que soñaba Moreno Bonilla. Sin anestesia. La impunidad les ha sonreído hasta hoy, pero ya no. Todas estas pequeñas miserias, siendo graves, en el fondo son lo de menos. Lo que revela la maldita polémica es la mala salud de la universidad española, que se ha convertido en una gran empresa expendedora de títulos sin demasiado valor en muchos casos. Hoy son más los clientes que los estudiantes. Busquen ustedes la temática más enrevesada o rocambolesca y encontrarán un máster, curso o título que le dé cobertura. La Universidad dejó de ser universal en su intimidad conceptual hace mucho; una licenciatura de hace 50 años requería más esfuerzo que un grado y cuatro másteres de hoy juntos. Las prisas y los manipuladores del mercado son una apisonadora para el rigor intelectual, cada vez más escaso. Esto no sólo pasa en lo académico, pasa en la vida, en lo profesional, lo familiar, la amistad, porque hemos reducido a un utilitarismo absurdo la condición personal de la vida humana, más preocupada de la forma que del fondo, enferma de narcisismo y vanidad. En el Máster del Ego tenemos cum laude.

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