Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Masteritis a la boloñesa

A un profesor de Economía le puede convenir en su estatus y hoja de salarios no acercarse ni por asomo a una empresa

El asunto de los másteres que aportan algún o ningún mérito a no sabemos cuántos políticos españoles es un asunto jugoso. A pesar de la España privatista -según para qué- que considera que todo lo privado es más eficaz y eficiente que lo público, incluida la universidad, a la gente le gusta tener un título universitario porque, como es de suyo, implica un nivel de formación superior. La alternativa a un título público es uno privado, de una universidad donde por lo general se hace docencia y no investigación, y donde las redes de contacto -pares cum paribus- y un nivel de exigencia más dulce lo hacen apetecible por clases medias y altas.

Cierto es que hay un porcentaje muy alto de investigación en la pública cuya utilidad es en exclusiva del profesor, y nada aporta a la sociedad al no haber transferencia a la economía, la industria, la empresa ni el sector público del país que, en el fondo, financia dichos artículos más que minoritarios en revistas "de impacto" igualmente minoritarias (y en inglés, ofcors): no hay un empresario que los lea, y tampoco los entenderían; su objeto no es ser entendidos ni útiles para terceras personas. Por el contrario, la investigación de ciencia, por ejemplo médica, en un centro público es algo de lo que este país debe sentirse orgulloso: mejora y hasta salva vidas. El problema de medir -no siempre fue así- con el mismo baremo de promoción a churras de ciencias y a merinas sociales es unos de los grandes misterios de la humanidad académica: por ejemplo, a un profesor de economía o leyes le puede convenir en su estatus y su hoja de salarios no acercarse ni por asomo a una empresa. Tampoco hacer nada divulgativo y fácil de entender.

Toda esa superestructura de rentas personales y no públicas es cierta y producto de un estado de reglas del juego: o la sigues o estás en el limbo. Aun así, los másteres universitarios siguen siendo deseados por políticos en ejercicio, que en España lo suelen ser casi desde la infancia. El caso de Cifuentes, que ayer declaraba en el juzgado, parece tener alto nivel de desahogo y conchabeo, y le supone a toda la universidad -no sólo a la Rey Juan Carlos, en la que alguien ha urdido o consentido- una histórica patada en el lomo. El caso de Casado es distinto por legal, pero también tiene sus gotitas alucinógenas: ¿cómo te pueden convalidar por la carrera previa más del 80% de un máster posterior? ¿Para qué el máster, bien mirado? Pues claro es. Sirve para, a saber: hacer caja a la universidad, vestir el muñeco boloñés y, hombre, para dar lustre al linkedin de algunos políticos.

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