Matemática sentimental

El relativismo de Lyotard cundió sobremanera y hoy somos, todavía, víctimas de su hechizo, un tanto bobo y reaccionario

Parece que el Gobierno se propone introducir en la enseñanza matemática de nuestros infantes un "sentido socioemocional" y una "perspectiva de género". Con el primer asunto, el Ministerio de Educación pretende añadir cierto carácter emotivo a una enseñanza, a una materia, cuya severidad conceptual no ofrece mucho asidero para las ternezas infantiles; y con el segundo, con la cuestión perspectiva, se persigue el meritorio fin de que las niñas se integren en mayor grado a las disciplinas científicas, recordando a las mujeres más prominentes en la materia, como por ejemplo -suponemos- la desdichada Hipatia de Alejandría. Ambas son iniciativas loables, que acaso no añadan mucho a la propia matemática. Pero tampoco, la verdad sea dicha, parece que entorpezcan o eludan su enseñanza.

Descartes, en su Discurso del método, se queja de la naturaleza abstracta de la lógica y el álgebra, cuyas reglas parecen ignorar la procelosa y dúctil aventura del corazón humano. Recordemos que Descartes era un hombre que quiso demostrar su propia existencia, de la que, al parecer, no andaba muy seguro. Sea como fuere, es esta "inhumanidad" de la geometría y el cálculo la que, a partir de los días de Adelardo de Bath y la escuela de traductores de Toledo, se trasplantará desde la Antigüedad de Euclides a los saberes con que se construyó el mundo moderno. No en vano, este despojamiento conceptual proporcionaría un placer añadido a los artistas del Renacimiento. Según Vasari, el pintor Ucello nunca se iba a la cama sin ponderarle a su mujer: "¡Oh, qué agradable asunto la perspectiva!". Y debió ser con mucha convicción, puesto que su hija Antonia le salió, sobre monja, pintora.

En fin, uno temía que la "perspectiva de género" que quería añadir el Gobierno a las matemáticas fuera la misma que resultó de Lyotard y La condición posmoderna, allá por los finales de los 70, donde las ciencias quedaban reducidas a una subcategoría literaria, susceptible de opinión y de réplica. Luego Lyotard confesó que no sabía de lo que hablaba y que su "informe sobre el saber" no estaba particularmente informado. Aún así, su relativismo cundió sobremanera y hoy somos, todavía, víctimas de su hechizo, un tanto bobo y reaccionario. Lo cual no guarda relación alguna con el ejemplo de Hipatia. Siempre que recordemos que Hipatia hacía matemáticas y, por tanto, el género quedaba excluido de sus averiguaciones. En cuanto a la sentimentalidad del álgebra, nos viene a la cabeza la advertencia de Gide: "Con buenos sentimientos se hace mala literatura".

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