Desde los tiempos en que el pobre Confucio sufría de bajones de estado de ánimo cuando dudaba de toda la gente que tenía alrededor, no se conoce tal grado de confusión social pandémico. La elevada tasa de confusión que tenía en las sectas de China no ha tenido parangón hasta ahora en que todo el mundo parece estar confundido. Una cosa es estar en estado de confusión y otra muy distinta la amalgama de confusionismo y de ennortamiento al que estamos asistiendo por culpa de una dejadez extrema sobre las consecuencias de no ser capaz de actuar en consecuencia. Un mayo en que todo es confusión y duda. Dudas de los tribunales de las diferentes comunidades autónomas en cuanto a los criterios para proceder a los confinamientos dudosos que tantas dudas plantean. Niveles de dudas exagerados en las decisiones de los árbitros de fútbol y de las imágenes de los VAR para decidir a qué equipo sancionar con penalti o a quien hay que expulsar por alguna que otra palabra malsonante. Miles de incertidumbres apocalípticas en cuanto a las medidas disciplinarias a los botellones formados por las dudas sobre las horas de los toques de queda. Negligencias de dudosa consistencia en cuanto a la finalización, o no, de los estados de alarma y la responsabilidad de los que deben velar por el cumplimiento de la justicia. Dudas, en cuanto a los criterios de evidencia científica de los ARN mensajeros de las vacunas para poder administrarlas a unas edades o a otras, a una o dos dosis o a alguno laboratorio que otro.

En definitiva, dudas poco razonables que agrandan la pérfida memoria a largo plazo del espionaje secreto de las cosas que no se saben y que nunca se llegarán a saber. Lo malo es que alrededor nuestra también hay dudas, en el botellódromo, en los cacharritos, en las mesas tomando cañas y caracoles o en las playas del próximo fin de semana.

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