Pretérito perfecto

De la Medina a la Ciudad Monumento (I)

EL único estudio publicado hasta el momento sobre la evolución histórica del casco urbano de Jerez vio a luz en 1962 y fue escrito por el entonces omnipotente Manuel Esteve Guerrero, arqueólogo, historiador y bibliotecario oficial de un Jerez en el que (de no ser por la obra de Hipólito Sancho) la historiografía prácticamente no existía. El texto es el contenido de una conferencia que el erudito pronunció en la cuna del saber jerezano de aquel entonces, la Academia de San Dionisio, institución rancia más preocupada de las formas y el protocolo que del conocimiento. Quizás por haber sido pronunciada en este anquilosado foro o por la mediocridad de Esteve a la hora de tratar la historia del arte (demostrada de sobra con su Jerez de la Frontera. Guía Oficial de Arte) el citado estudio no analiza el asunto de un modo riguroso y se limita a repetir lugares comunes y a cantar las alabanzas de los nuevos planes urbanísticos que el Régimen (tan caro a don Manuel) tenía destinados a la ciudad. En el estudio apenas si se hace referencia a las murallas ni a las bodegas ni al importante papel que ambas desempeñaron en la evolución urbana de Jerez, ni tampoco a los establecimientos conventuales y cómo marcaron para siempre un entramado urbano que le debe mucho.

En la segunda mitad del siglo XVIII el canónigo de la por entonces Colegiata de San Salvador Francisco de Mesa Xinete escribió una historia de Jerez que tituló Historia sagrada y política de la muy noble y muy leal ciudad de Tarteso, Turdeto, Asta Regia, Asido cesariana, Asidonia, Gera, Jerez Sidonia, hoy Jerez de la Frontera. El nombre de esta monumental obra, aún hoy no superada en muchos aspectos, refleja la creencia secular que sostenía que la ciudad tenía una antigüedad casi mítica. Junto a Mesa, el padre Rallón en el siglo XVII, Bartolomé Gutiérrez en el XVIII y algunos historiadores contemporáneos (cuyo nombre omitimos por vergüenza), afirmaban no sólo que Jerez existía en la época romana, sino que era todavía una urbe más vestusta y que prácticamente Adán y Eva la conocieron. Esta corriente de opinión, tolerable e incluso comprensible en autores de épocas pretéritas, se ha demostrado falsa por la arqueología. Según se ha podido comprobar por las excavaciones realizadas en las últimas décadas en el casco urbano, no se puede hablar con propiedad de la ciudad de Jerez hasta el siglo X de nuestra era. Aunque en el solar sobre el que se encuentra la población se haya constatado la presencia de asentamientos humanos desde el Calcolítico, esta ocupación no ha sido ni mucho menos constante. Habría que hablar aquí de monedas, togados e inscripciones romanas, de Ceret y de los relieves de algunas de las puertas de la muralla de la Ciudad que algunos intentaron remontar a la época fenicia, así como de otras patrañas que la historiografía actual se ha ido encargando de desmentir. No pensamos que corresponda a este trabajo ocuparse estos asuntos, por otra parte muy interesantes.

Como decimos, si atendemos a la arqueología y a las fuentes documentales de la época islámica, la actual ciudad de Jerez surge a mediados del siglo X, en plena época califal. Parece que en esta misma época se abandona la cercana población de Asta Regia (a medio camino entre Jerez y Trebujena) asentada junto a un estero que la comunicaba con el mar y que en esta época se colmata. En vista del problema sus habitantes decidieron cambiar el emplazamiento de la urbe, eligiendo uno cercano en el que fuesen mejores las condiciones de seguridad dada la inestabilidad de la época. Así se trasladaron a un farallón ubicado junto a un antiguo canal que comunicaba la desembocadura del río Guadalete con el Guadalquivir, a una altura considerable que permitía la vigilancia del entorno. Este es el germen de la actual Jerez, cuya muralla ya aparece documentada en el siglo XI, lo que indica que ya era una población de importancia en aquella época. En el siglo XII la ciudad ya estaba consolidada y tal vez a esta época correspondan los restos más antiguos de la muralla que se conservan, pues en algunos puntos es claramente visible que existen dos fases constructivas de las defensas islámicas jerezanas, consistiendo la segunda fase en un recrecimiento de los muros.

El hallazgo de alfares en las inmediaciones de la parroquia de San Mateo, dentro del recinto amurallado islámico, ha hecho pensar que tal vez en un principio el perímetro de la muralla fuese más pequeño, quedando excluida esta zona. La existencia de un espacio como la plaza del Mercado en aquel lugar, hace pensar que se tratase de una explanada frente a una de las puertas del primer recinto murado, como era frecuente en otras ciudades islámicas.

En la época almohade (de mediados del siglo XII a mediados del siglo XIII) se conforma el recinto amurallado actual, en uno de cuyos extremos se construye el Alcázar. La ubicación de este edificio frente a una ladera escarpada y su función militar, hicieron que la zona en que se ubica quedase libre de ocupación humana hasta la edad contemporánea, creándose en su entorno una alameda en el siglo XVIII. El viario actual del intramuro corresponde a la época almohade, si exceptuamos alguna que otra intervención posterior que no ha alterado en sustancia la configuración islámica. A grandes rasgos podemos decir que las parcelas son en su mayoría irregulares con una forma tendente al cuadrado. Estas parcelas se agrupan en manzanas irregulares separadas por calles tortuosas y estrechas en la que no eran extraños los adarves, fruto todo ello de un urbanismo sin ninguna planificación en el que el máximo aprovechamiento del espacio por parte de los propietarios crea estructuras laberínticas muy comunes en el sur de España y, por supuesto, en otros países musulmanes.

Un dato muy significativo ha sido la constatación de la existencia de un arrabal de época islámica ubicado fuera de la muralla, en las inmediaciones de la actual plaza del Arenal. El hallazgo, realizado en el curso de una excavaciones que se realizaron recientemente en la zona con motivo de la construcción de un aparcamiento subterráneo, hace pensar que a finales de la época del dominio islámico el interior del recinto amurallado estaría ya lleno de casas, de ahí que ya en época cristiana, en cuánto que desapareció el peligro de ataques bélicos, la ciudad se expandiese a gran velocidad fuera de los muros.

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