Hablando de la Rusia prerrevolucionaria, se lamentaba Chesterton del uso de la voz 'medieval' para calificar al "único país de Europa que nunca y en ningún aspecto pasó por la Edad Media", un tiempo que para él y su amigo Belloc habría sido muy distinto de esa era proverbialmente oscura que todavía hoy -cuando adjetivamos a la ligera los comportamientos salvajes o las costumbres bárbaras- sigue asociada al oscurantismo, la irracionalidad y la ignorancia. Como el propio término, acuñado por los humanistas que soñaron con la restauración de la cultura grecolatina luego de diez siglos de olvido, la idea del dilatado intervalo entre la Antigüedad y el Renacimiento se basaba en una ilusión retrospectiva que pasó por alto la complejidad y la riqueza del mundo en el que habían surgido las catedrales, los gremios, la caballería, las universidades, los parlamentos. Pero fueron sobre todo los ilustrados, dice Chesterton, en la pomposamente llamada Edad de la Razón, quienes más insistieron en condenar las tinieblas del orden medieval, cuyo inmovilismo se oponía a las virtudes del progreso. Entre tantas como podrían citarse, es paradigmática la famosa afirmación de Voltaire en Sobre las costumbres y el espíritu de las naciones: "Cuando uno deja la historia del Imperio Romano para adentrarse en la de los pueblos que le sucedieron en Occidente, se asemeja a un viajero que, saliendo de una ciudad espléndida, se adentrase en un paraje desértico e inhóspito". La reacción romántica, con su nostalgia del mundo preindustrial y su recreación idealizada del universo caballeresco, estuvo muy ligada al culto de las primitivas comunidades nacionales. Debemos a los medievalistas, sin embargo, tras el nacimiento de la disciplina propiamente dicha, la superación de la visión reductora del periodo -en realidad, varios, fundamentales en la conformación de los imaginarios europeos- como una infecunda y prolongada travesía del desierto. Se comparta o no la perspectiva de un Chesterton que celebró las insospechadas libertades bajo los clichés feudales, no hay duda de que el cristianismo fue entonces un poderoso vector de civilización, tanto en las tierras que se mantuvieron fieles a la autoridad de los papas como en el milenario imperio bizantino, con su centro en la Roma de Oriente. Y lo fue por cierto también el islam, la más joven de las religiones del Libro, que vivió su temprana edad de oro en nuestra Edad Media. Calificar de medieval cualquier forma de fanatismo, aunque resulte tentador cuando nos referimos a quienes matan en nombre del Dios único, es una forma rutinaria y desenfocada de afrontar las manifestaciones del horror contemporáneo.

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