Memoria democrática

El espíritu de quien no conoce la guerra, pero juega a las batallitas, es el que ha creado la ley de Memoria Democrática

Hace unos diez años, tras el éxito de Soldados de Salamina, un hijo del personaje que aparecía retratado en la novela de Javier Cercas se puso en contacto con el escritor. En la novela se contaba la historia de un supuesto soldado republicano, un tal Miralles, que le había salvado la vida a un gerifalte falangista (Rafael Sánchez Mazas) en los últimos días de la Guerra Civil. Miralles era un personaje misterioso del que no se sabía nada. La mayoría de hipótesis apuntaban a que se lo había inventado Roberto Bolaño, que decía haberlo conocido en un camping de Castelldefels.

Pero resultó que el soldado Miralles era real. Se llamaba Enric Miralles, era anarquista, se enroló muy joven en el Ejército republicano y tras la derrota de 1939 se refugió en Francia. Cuando empezó la II Guerra Mundial se alistó en la Legión Extranjera francesa y luchó contra los nazis en África del Norte y en la campaña de Francia. Un personaje de novela, sí. Miralles perdió un ojo en acción de guerra y luego vivió en Blois, donde se casó y tuvo cuatro hijos. Todos los veranos iba de vacaciones a Cataluña. Murió en 1991. Su hijo, Miguel Miralles, fue quien desveló la historia.

Lo bueno viene ahora. Cuando el hijo del Miralles real conoció al inventor del Miralles ficticio (a Javier Cercas, claro), le contó que su padre debería haber matado al falangista Sánchez Matas por ser "un fascista de los gordos". Para el hijo, estaba claro que su padre no había hecho lo correcto al perdonarle la vida a un falangista. Al contrario: "Mi padre tendría que haber disparado", dijo en una entrevista. Es decir, el soldado real que había conocido la muerte y la sangre y los piojos, el soldado que sabía cómo silbaban las balas y cómo gemían los heridos, ese había decidido salvarle la vida a otro hombre porque no había visto en él a un fascista ni a un enemigo, sino a un pobre ser humano que temblaba de frío y de miedo. El padre, el Enric Miralles real que sabía cómo era morir y cómo era matar, había optado por la piedad y el perdón. Pero el hijo que no sabía nada de la guerra exigía haber matado al falangista porque era "un fascista de los gordos".

Pues bien, ese espíritu mezquino de quien no conoce el dolor real de la guerra, pero justamente por eso juega a las batallitas ideológicas desde una mesa de café, es el que ha promulgado la nueva ley de Memoria Democrática.

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