Tribuna libre

Fray Felipe Ortuno Marchante

In Memoriam P. Jesús Fernández de la Puebla Viso

JEREZ quedó conmocionado. La noticia de su muerte, como otras tantas noticias, como otras muchas muertes, todas dolorosas, tantas anónimas, tan pasajeras, pensábamos que pasaría a los obituarios, más o menos considerados, de la vorágine periodística y tolvanera, en una esquela de tantas como a diario se leen y se olvidan a un tiempo...La sombra de su pequeña figura ha sido alargada, su dificultoso caminar, últimamente renqueante, ha podido llegar a los rincones más alejados de la comarca. Su amor por lo que hacía ha ido empapando los corazones de quienes le conocían o simplemente saludaban, su carisma ha penetrado hondamente en este pueblo del que sólo ha sido apenas un advenedizo y al que tanto ha querido y por el que totalmente se ha dado.

Catedrático de la calle, conocedor suspicaz y agudo de todos sus recovecos y sinuosidades, predicador de areópagos dispares, heterodoxo propagador de la fe más ortodoxa, creyente de a pié, acaso por eso sacerdote tan querido. Decía con proverbios y refranes las verdades del barquero, y hacía que la trascendencia transcurriera por los pensamientos del carbonero tanto como por los del docto, y de la llaneza hacía su bandera, y en ese ser así se le arrimaban y entendían toda clase de gente, que en esta feria de cruzamientos sociales él nunca quiso distinguir. A todos miraba por igual ya dijera ésto o aquello, y daba igual que fuera rico tanto como pobre. Sólo miraba a los ojos, y de su boca decía cuanto conviniese en el bar o en la iglesia, en el campo como en la ciudad.

Tenía el P. Jesús un pantalón de agujeros en los bolsillos por donde se le escapaba la economía de su generosidad. Esto era antes de ser fraile, que los que le conocíamos "del siglo" ya sabíamos de su dispendio para con todos. Y aún, digo, no hace mucho, era cosa de no extrañar que encontraras en manos de otros aquello que tu acababas de regalarle a él. Y se lo perdonabas porque él era así, dadivoso y munífico en todo con largueza, hasta quedar sin nada en muchas ocasiones.

Jesús era de harina blanca y fermentaba su vida en la oración a Santa María y San José, sus pasiones, sus amores, su todo. Nieto de panaderos, hijo de panaderos, panadero él , horneado en el seno de la fe materna y contrastado con el humanismo laico de un padre políticamente incorrecto en tiempos de un nacional catolicismo beligerante. Amasado por el respeto hogareño hacia lo diferente, en un pueblo y un tiempo en que la disidencia era principio de reprobación. Forjado en la dialéctica de las ideas distintas, amasó en sí la conciliación posible de pensamientos diferentes, la vivencia del amor que supera toda ideología, la capacidad de sonreír entre gentes de toda jaez y de pensar dispar y diverso. Fue en él la huella siempre presente y expresa de un padre y una madre a los que idolatraba y por los que nunca dejó de suspirar: Francisco y Mª Jesús que iban grabados en la medalla de San José que junto a la fecha de nacimiento (25-11-1951) lucía en su pecho, roto ya por el infarto que, de tanto querer, le dio en el Cerro del Cabezo y que significó el principio de un fin inminente y precipitado en otras tantas consecuencias. De este tiempo, dos años justos, hemos visto, junto al rictus de dolor que le acompañaba, la fe ruda y firme del caballero mariano que siempre fue. No cejó en dar ¡Vivas! a la Virgen ni en los trances más duros que le inmovilizaban en la "U.C.I.", "U.R.P:"....o cualquiera otro sitio de siglas similares y miedosas. Fiel hasta el final en su ser así, tan extremado, tan efusivo, tan exagerado en mostrar que María lo era todo para él.

Si el mérito de la virtud reposa en la acción, la del P. Jesús fue sin duda virtud probada. Siempre le conocí en quehaceres emprendedores, entre gigantes como molinos, entre proyectos descabellados para el mediocre que con él fueron realizables y en muchos casos realizados. Véase, por ejemplo, que quisiera ser fraile justo cuando ya tenía los cuarenta cumplidos y retomara así, como un adolescente, los estudios del griego y el latín, la epistemología, que le hacía tanta gracia, y las interpretaciones teológicas racionales que chocaban de frente con su natural ser emotivo y visceral. No se compaginaba su ser creador sin cauce con el rigor metodológico de las aulas salmantinas de San Esteban. Su vuelo quedaba allí limitado en las redes del cazador. Parecía lo que no era sometiendo su espíritu libre al horario monacal. Padeció la prueba del acoplamiento formativo, él, hijo único en todo, con todo lo que de bueno y licencioso conlleva el serlo. Y al fin logró la meta ordenándose sacerdote en su pueblo natal, Herencia, de manos de Monseñor Rafael Torija de la Fuente, obispo de C. Real... Y recaló en Jerez, su primer destino, su malogrado primer destino que le llevó a Sevilla donde desplegó, ya libre de método, su virtud más probada entre Hermandades y Cofradías...Dos años en San Gregorio, entre Triana y la Macarena y el Gran Poder, entre la costalería, predicando triduos, quinarios, septenarios y novenarios, asistiendo a todo, correteando cada iglesia donde hubiera una advocación mariana, entrando en el corazón de la inmensa e inmortal Sevilla. Ir con él por la ciudad llegó a ser una tarea imposible de tanto ir parando y saludando a tantos que ya le conocían...en una procesión de abrazos y besos que al él alimentaban en todos sus suspiros...

Pero Jerez le había llagado, había dejado herido su amor propio, como un deber del pasado, como una promesa incumplida...Y allá volvió, a la humilde Parroquia del Corpus Christi, a la composición rectilínea de un edificio simple como contrapunto a su gusto barroco, como ejemplo de lucha interior que conjugaba en él la exuberancia de las imágenes y pasos con la praxis diáfana de su modo de ser tan del pueblo sencillo y cercano. Y allí, en su hábitat natural, con una mano en la Patrona de Jerez y la otra entre los pobres de su parroquia, retoma la libertad de su corazón. Funda la Fraternidad de la Virgen de la Cabeza, como otrora hiciera en su pueblo natal, y comienza a extender su pasión mariana, su amor eterno, su ser mismo...entre quienes se sorprendían de tamaña locura en un pueblo de ya tantas advocaciones, que no comprendía el porqué de otra tan distante y diferente. Pero como lo hacía de verdad, como era él quien se entregaba, pronto entendieron su pretensión y presto anduvieron con él todos los que a él se arrimaban... Tantos fueron, que superó en creces la advocación de la Cabeza a otras de más solera en el lugar. ¡Qué intensa su fe y devoción que congregaba y entusiasmaba a todo el que le oía! Porque era así, sin más, porque Dios lo quiere...y animaba y pellizcaba el corazón de las gentes. Por eso le querían y por eso ya se sentía él tan jerezano...tan de Santiago que, en alguna ocasión, le oí lanzarse por bulerías con esa voz prodigiosa con que Dios le adornó para ponerle a su servicio.

Siendo testigo de Dios hasta el final, le sorprende la vieja parca, cortándole el hilo umbilical de la vida, en el Hospital Puerta del Mar de Cádiz, a las cuatro y media de la mañana, agotado de tanto sufrimiento y dolor, a punto de ver amputada su pierna. Quiso el Señor que el corazón diera su último latido. Así, inesperadamente, con la esperanza de un camino por hacer, a los diez años de su sacerdocio, con cincuenta y seis de vida intensa, pasa a los brazos de la Madre dejando un reguero de lágrimas sentidas en este pueblo adoptivo de sus ramas tanto como en el pueblo natal de sus raíces, rodeado de miles de amigos, que aún siguen mostrando su condolencia por el último pregonero de la ciudad de Jerez.

Vive de verdad aquel que ha escapado de las cadenas del cuerpo como de una cárcel, de la imposibilidad de andar libre como quería, de andar, y andar, sin tregua, por sus ocurrencias y creatividades. Ya sólo le quedaba la sonrisa y el ánimo, porque todo le tenía a él maltrecho: ¡Maldita diabetes que fue arañándole la salud como ladrona furtiva! Así ha llegado al límite extremo de las cosas, y a nuestro pesar, no habrá que añadirle más tiempo a la vida, un tiempo que hubiera sido para él sufrimiento y agonía de tanto mal corporal que le esperaba. Dios sabe más en su necedad que toda la sabiduría del mundo ¡Descanse en paz!

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