Hace unos días cundió el nerviosismo por un caso de meningitis en Jerez. Afortunadamente, de todas las versiones que existen de esta enfermedad, se trataba de la modalidad más benigna, que es la meningitis inventada para rellenar periódicos. Menos mal.

Al parecer, un diario digital de los que bastante trabajo tienen buscando noticias como para tener encima que contrastarlas, cometió el error de divulgar atolondradamente que uno de los inmigrantes recién acogidos aquí, tras desembarcar en Tarifa, había tenido que ser evacuado a causa de la meningitis.

El Gobierno andaluz no había hecho ningún comunicado al respecto. Cruz Roja tampoco. Ni la Policía Nacional había dicho esta boca es mía. Pero la noticia, surgida por arte de birlibirloque, andaba ya por ahí circulando como un virus. Como el virus de esa meningitis apócrifa y siniestra.

Aunque en esta ocasión los desmentidos -tanto los oficiales como los que emitió la prensa local- despejaron pronto las dudas, colar un bulo entre las noticias verídicas suele ser más sencillo que sofocarlo luego. Entre otras razones, porque los bulos tienen que ser creíbles. Decir que un sudanés, después de saltar la valla de Melilla, ha desembarcado con su chófer, su secretaria y sus palos de golf, dispuesto a pasar unos días en Puerto Banús, dejaría a más de uno con la mosca detrás de la oreja; pero decir que el negro llegó tiritando, deshidratado y con meningitis a bordo de una patera, ya encaja mejor en los esquemas del lector de periódicos habitual.

Por esa razón se difunden últimamente tantas historias que, si fueran reales, podrían superar a la ficción. Y por eso corren tantas patrañas que luego divulgan los majaderos (como esa de la señora que denunció al héroe que la había salvado de morir ahogada por tocarla sin permiso.) O ese otro bulo según el cual el Valle de los Caídos va a ser demolido en breve. O el del cantante vasco al que detuvo la Guardia Civil tras un concierto en Jerez, lo cual sería muy llamativo si hubiese pasado de verdad.

Como ha surgido un nuevo escepticismo -el de quien desconfía de todo lo oficial, pero luego se traga lo primero que le cuentan en internet-, no es raro que abunden los tipos que desprecian la ciencia médica para entregarse a los milagros de la curandería andante. O los que saben, gracias a un vídeo esclarecedor, que estamos rodeados de extraterrestres, aunque el Ejército lo quiera ocultar.

Resulta curioso, pero en esta Era de la Información es en la que más fácilmente nos están colando unas trolas que no caben por esa puerta. Basta con acompañarlas de una foto trucada. Por eso tenemos que ser especialmente cuidadosos con las redes sociales, que además de proporcionar esos rumores baratos, brindan opiniones alocadas, en una especie de filosofía de triquitraque que nos permite a todos despachar como expertos sobre lo humano, lo divino y lo porcino: así se trate de sentencias judiciales o de políticas de inmigración. Y eso cuando no nos convierte en doctores capaces de diagnosticar la meningitis a un negro con solo verle la cara.

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