UN chico de 17 años ha sido recluido por orden del juez de menores como presunto autor del asesinato de una niña de 13, María Esther Jiménez, cuyo cadáver fue encontrado el pasado 20 de enero en la caseta de la depuradora de Arriate, en la provincia de Málaga. La Guardia Civil le atribuye el crimen por los restos de su ADN encontrados en la piedra que causó la muerte de la chica y en el pomo de la puerta del recinto donde fue hallada, aunque el detenido no ha reconocido la autoría, ni ante la Guardia Civil ni ante la Fiscalía de Menores. Al mismo tiempo se está celebrando en Sevilla el juicio contra El Cuco, otro menor de edad, por su presunta participación en la violación, asesinato y desaparición de la joven Marta del Castillo, un crimen que ha conmocionado a España entera. Los dos casos tienen algunas características comunes. La principal, que tanto las víctimas como los supuestos culpables no han alcanzado la mayoría de edad cuando se produjeron los hechos. Esta circunstancia provoca un impacto en la sociedad, completamente entendible, que se interroga con dramatismo sobre el porqué de estos gravísimos delitos cometidos a edades tan cortas y se plantea qué está haciendo mal para que un sector de la adolescencia pueda desviarse por esta pendiente. Cuestiones como el papel de los padres en la formación de sus hijos, las carencias del sistema educativo, la crisis de valores o el entorno social en que se producen estas conductas vuelven al debate público en búsqueda de una respuesta convincente que, hay que reconocerlo, hasta ahora no se ha encontrado. También regresa la discusión sobre la legislación penal que se aplica a los menores, en la que muchos creen ver una lenidad contraproducente, mientras que otros insisten en que la delincuencia juvenil debe ser afrontada con más énfasis en la vertiente de la reinserción de las penas a imponer que en su carácter punitivo. Es un debate irresuelto, que se acompaña de otras consideraciones reveladoras de que existe un problema social de fondo que, lejos de amainar, tiende a agravarse. La frialdad con que reaccionan los adolescentes criminales, el tipo de relaciones de alto riesgo que se establecen en algunas pandillas, el aislamiento en que viven padres e hijos, la aparición de conductas determinadas por la búsqueda de la fama efímera de la televisión... elementos que confluyen para distorsionar una edad de por sí complicada y confusa.

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