HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Mesianismos

Es difícil sustraerse a la noticia de la muerte de Ben Laden cuando no se habla de otro asunto en el universo mundo. Para sus partidarios será un mártir, lo que le añade una aureola de santidad; para sus enemigos, un criminal muerto, que es como mejor parecen los criminales; para los movidos por la fe islamista, un inmortal que aparecerá el día menos pensado para redimirlos, como Arturo, don Sebastián, los falsos Dimitri o el conde de Saint-Germain. La muerte del Che lo convirtió en un santo laico para mentes juveniles que no se hacen demasiadas preguntas, icono para camisetas y pósteres. Es claro que no se pueden comparar unos con otros. La literatura generada por la leyenda del rey Arturo, un romano entre bárbaros, es de belleza tal que aún nos sigue subyugando. La joven figura del rey don Sebastián suaviza la saudade de los portugueses, que esperan verlo venir por el camino de Cintra. Los Dimitri suplantaron al hijo muerto de Iván el Terrible y acabaron todos mal, aunque uno llegó a reinar en Rusia durante unos meses. Saint-Germain estuvo en el Gólgota y ahora está de embajador en alguna parte o en la Curia romana.

La humanidad, desamparada por su propia naturaleza, espera salvaciones milagrosas y la imaginación se encarga de tejer hermosas leyendas que alimenten la espera. Los judíos esperaban a Elías, pues no murió, sino que fue arrebatado por un carro de fuego a los cielos, a donde llegaría chamuscado. Estos tiempos son mucho más prosaicos: al Che lo denunciaron los propios inditos bolivianos, a los que les quiso imponer una república socialista utópica, hartos de una dictadura criminal. No esperan que vuelva porque no hace falta: Cuba y Venezuela siguen adelante, o hacia atrás, con el socialismo redentor. Ben Laden es posible que se mantenga vivo, realmente vivo, en el deseo de las masas pobres, ignorantes y miserables del mundo musulmán. Lo ha matado Estados Unidos, el reino de Satán el Engañador, la Babilonia del Mal rediviva. Nos enseñarán el cadáver y los expertos certificarán la autenticidad de los restos, pero sus fieles no lo creerán. Tantas esperanzas puestas en la conquista de Occidente no acabarán de golpe.

En el peor de los casos, si se demostrara que Ben Laden ha muerto y fuera indiscutible para el clero musulmán más fanático y para los grupos terroristas que azuzan, siempre será un mártir. Los mártires son excelentes estrategas para ganar batallas después de muertos. Hay quienes insisten en que el hombre nunca llegó a la Luna, y los que sostienen que los cadáveres de extraterrestres conservados en una base norteamericana son reales y verdaderos, cuánto más será la resistencia a aceptar la muerte de Ben Laden. Quienes desearían poder construir hombres y sociedades nuevos partiendo casi de cero se irritan cuando comprueban lo repetitiva que es la humanidad.

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