Desde los tiempos de Gerardo Iglesias no habíamos visto una reincorporación tan fugaz desde la política al curro anterior. Claro, que no es lo mismo volver a la mina, que es lo que hizo el secretario general del PCE, que retornar al despacho del Registro de la Propiedad de Santa Pola. Es el primer misterio de los gallegos, con sabor a trama fantástica de Wenceslao Fernández Flores. Ni escaño ni cesantía ni sillón en el Consejo de Estado, Mariano Rajoy ha roto con la fastidiosa tradición de los jarrones chinos y, en un gesto encomiable, ha dejado libre, y huérfano, a su partido. Es tan extraño que no deja de ser misterioso, como si quisiera conjurar los fantasmas que han querido asediarlo durante todos sus años de Gobierno. Ya no pueden hacer nada contra un hombre normal. Despojado de toda corona, la presa carece de valor. ¿Por qué no se ha presentado Alberto Núñez Feijóo a unas primarias que hubiese ganado? Es el segundo misterio gallego. Dejar la Presidencia de la Xunta para liderar un partido en la oposición es una aventura arriesgada, pero así también evita que los inquisidores husmeen en un pasado pardo de amistades inconvenientes. La moción de censura a Rajoy, la dimisión de Huerta y el encarcelamiento de Urdangarín han colocado el listón a la altura de la madre Teresa de Calcuta. Y hay quien no lo entiende: Pablo Casado, por ejemplo.

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