Desde la espadaña

Felipe Ortuno M.

Moda y modernidad

Se me acercó, con mucha gracia y simpatía, una joven guapísima, a la que hacía un lustro que no veía, para saludar afectuosa, que es la relación con la que me une a su familia, desde sus más veteranos ancestros. La pude reconocer y, de inmediato, interesarme por el accidente que, sin duda, acababa de ocurrirle; porque de otro modo no me podía explicar la descompostura y estropicio de pantalón que traía: roto, roto, roto, rasgado, lívido y descolorido, como cuando, de chiquillo, me caía de la bicicleta.

¿De verdad que no te ha pasado nada? Insistí. ¡Qué tonto eres! me insufló, desbragándose de hilaridad. Es la moda; parece que estás en las nubes… ¡Claro! Ahora lo entiendo todo, dije para mis adentros. No era posible que hubieran ocurrido tantas desgracias a lo largo de la mañana y durante mi corto paseo, estadísticamente improbable; de tanto desaliño y desgaire que veía entre los que, y las que, me cruzaban.

Natural yerro, por otra parte, el que me acompaña siempre en esto de distinguir ropajes e indumentarias. Hago voto de ojear más a menudo ‘Vogue’ y ‘Pasarela Cibeles’, o leer menos filosofía, tan indigesta por otra parte. Y es verdad que tengo despiste, porque, repensando, pude recordar, con la remembranza reciente de las Cortes, el vestuario que ya se luce en los intervinientes parlamentarios. Me acordé del amamantamiento (no con carne de cebolla) ¡tan tierno! de la Bescansa en su escaño, de las rastas jamaicanas de Alberto Rodríguez ‘Marley’(aplaudido por el acto heroico de pisotear a un poli), de los peinados y flequillos originales de la bancada abertzale (que apoyarán los presupuestos), de las desaliñadas camisas obreras fuera del pantalón (a la espera de lo que diga el Pollo), de las mangas remangadas en los revolucionarios representantes nacionales (que ahora fichan por las eléctricas), de los desabrochados petos que la aburrida y rufián disidencia nacional lucen dejando abiertas sus carnes y las de los que las contemplamos, de todas esas formas evolucionadas del progreso social de último escaparate (que piden explicaciones al juez Marchena); en fin, de esa ordinariez grosera y descortesía que deslucen, en muchos de quienes nos representan.

Nadie quiere quedar rezagado en el correr del tiempo, y la moda nos impulsa a progresar, estar al día, y sobre todo a modernizarnos para no permanecer en el mundo de las cavernas (Platón). El moderno (modus hodiernus) viene de Roma, que es cosa antigua, pero que nos da la etimología de las tendencias. Paradoja habemus, como ocurre con casi todo lo que se somete al análisis racional. Decía Coco Chanel (también se le atribuye a Dalí) que lo malo de la moda es que pasa de moda. Hoy, tan modernos, nos revelamos contra lo que está caduco y nos comportamos como adolescentes con acnés. Ni nos gusta la madre, ni el padre, ni la casa, ni la nación. Y no está mal que estemos insatisfechos; después de todo, ello define al hombre en su deseo de progresar continuamente. No sé si es un progreso lineal o repetitivo, como Sísifo, que después de sudar la gota gorda repetía su ascenso eternamente ¡qué aburrimiento! Te levantas, desayunas, atasco, mismo trabajo, teletrabajo, misma suegra, oficina, y así un día y otro día…y de Flandes no volvía el capitán que marchó, como un disco rayado.

No sé si aquí cabe tiempo para pensar en esencias existenciales (ser, estar, existir y haber). Porque hubo tiempos en los que el hombre podía dedicarse a especular sobre el sexo de los ángeles; hoy no hay tiempo ni para pensar en el propio. Por eso hay que salir del círculo repetitivo y tormentoso antes de caer en un existencialismo suicida. Hay que darle a la vida una pizca de sabor divertido, un cierto color que nos saque del tedio monótono. La vida hay que jugarla y disfrutarla, aunque sea viendo fútbol, hablando de política o religión (elementos de confrontación eterna, como Sísifo). Es igual, con tal que la novedad de lo último nos saque de la postración de lo de siempre (otra paradoja). Es verdad que hay cierta monotonía en la vida, pero también tenemos la imprevisibilidad de los amaneceres, que nos sorprenden con colores inesperadamente mágicos.

Es un ¡flas!, un resplandor de luz que ayuda a ver más allá del gris con el que nuestra estrecha mente nos envuelve cada día. Reivindico la moda y declaro un sofisma la frase daliniana, la moda sigue vigente, como la vida, como el amor, como la muerte; con tres heridas yo… Una moda determinada pasa de moda, pero no pasa “la” moda. Es la vida misma, desnuda a veces, ‘modus vivendi’, que pasa vestida de mil colores, con roturas y descosidos, en paño largo, corto o zurcido, es igual, en cualquier caso, moda, moda permanente y efímera, modernidad, con tal de no entrar en la cárcel de ninguna moda.

A propósito, reaparece la moda en tonos grises; como la vida misma, fiel reflejo de cómo van las cosas por aquí…

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