Mohínes de viento

Un don Quijote actual tendrá que embestir, antes que nada, contra los gigantescos mohínes de viento

Protestaban unos robustos chicos de 1º de Bachillerato de que en su colegio les obligaban a leer el Quijote. Querían darme pena. Yo tiendo a empatizar con los alumnos (In dubio, pro reo), pero tímidamente les confesé que esta vez sólo me daban envidia. Pasó en Madrid y, en el tren de vuelta, mi compañero de asiento iba viendo en su ordenador El sargento de hierro. Recordé de inmediato a mis interlocutores de la tarde anterior. Ellos estaban, desde luego, en los boinas verdes del intelecto, pasando la instrucción más exigente.

Su tesis de que no son suficientemente mayores para leer el Quijote es doblemente extraña. Desde el punto de vista de los adolescentes, ¿qué raro que reconozcan una impotencia y un límite? Lo suyo de su edad es comerse el mundo, pensar que pueden con todo. Yo espero que su desesperación sea un camuflaje de la pereza y no un reconocimiento de flaqueza intelectual. Desde el punto de vista de Cervantes, no tienen problema. Él contaba con que su obra la leyesen los mozos y, antes, los niños, y, más tarde, los viejos, siempre con una actitud distinta, como es lógico: "Porque es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella: los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran".

Dándoles por bueno (y era mucho dar) su protesta de que el Quijote es para otra edad, les dije que así podrían releerlo luego en sazón. Borges sabía que la relectura es muchísimo mejor que la lectura, pero que requiere haber leído antes. Eso que llevaban adelantado. Me encantaría hacer un experimento: comprobar cuántos de estos alumnos leen de mayores el Quijote y compararlo a la media de lectores adultos del Quijote que no lo hayan leído en el colegio. Mi hipótesis es que el número de lectores en edad adulta será significativamente mayor entre los que, adolescentes, lo leyeron -siquiera a regañadientes- que entre los que no fueron obligados a hacerlo. (Dejando aparte la obviedad de que los que no lo lean de adultos, pero lo leyeron de jóvenes, ya lo tienen leído.)

Seguían protestando y se me agotaban los argumentos. Entonces, hice la pregunta esencial: "Pero ¿tan duro os parece?". "No, si todavía no hemos empezado, tenemos todo el curso para leerlo". Me reí, aliviado. Sospecho que el drama acabará más o menos en la página 5 y estoy más seguro que nunca de que para educar a adolescentes es necesario lo hoy utópico: la autoridad.

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