Moloch

Causa cierto escalofrío la frivolidad con que el señor Zapatero pensaba ofrecer en sacrificio a Navarra

Lo más interesante de las negociaciones ETA/ZP, ahora conocidas, es el modo en que el ex presidente disponía de las comunidades autónomas, anticipándose a los deseos de sus contendientes, y regalándolas como quien ofrece tabaco de picadura. Esta forma de dispendio institucional ya la había practicado el señor Zapatero en Cataluña, ofreciendo un Estatuto que nadie le había pedido, y que se encuentra en el origen de nuestras actuales cuitas. Pero lo más llamativo de esta ofrenda a Moloch (grosso modo: "Si dejas de matar te concedo Navarra"), es el ideario que se trasluce, a ambos lados de la mesa, y el cual no es otro que el ideario nacionalista, que considera de su propiedad, de su exclusiva propiedad, las tierras que azarosamente habita.

Por supuesto, causa cierto escalofrío la frivolidad con que el señor Zapatero pensaba ofrecer en sacrificio a Navarra, sin preguntarse si preferían vivir en democracia o inmergirse en el proceso de euskaldunización que auspiciaban los señores de la ETA. Lo revelador, no obstante, es que en el hecho mismo de ofrecer lo que no posee, se adivina una sintonía ideológica de fondo, extensible a las cuestiones de territorio: el País Vasco y Navarra forman parte de la gran Esukal Herría, y ambas son propiedad de los verdaderos euskaldunes. Que esto carezca del menor rigor histórico -que esto opere, de manera esencial, contra la naturaleza misma de la democracia-, no pareció inquietar a los enviados del Gobierno. Con lo cual, conviene recordar que si la democracia es una conciliación de lo diverso, el nacionalismo es la creación e imposición de lo único. De ahí la euskaldunización que proponían los etarras (la seducción que sugerían los emisarios del Gobierno), y cuyo cometido es laminar la variedad social y la libertad ideológica, para imponer un pensamiento homogéneo. Este proceso, como sabemos, ya se ha practicado con éxito en el País Vasco y Cataluña (y ahora en Baleares), sin que conozcamos aún el enorme coste humano, económico y social que dicha inmersión ha supuesto a millones de españoles.

Añadamos a esto un motivo ulterior de inquietud y asombro: ¿por qué la izquierda española ha cambiado su viejo ideal igualitario por el fantasma de la identidad que atravesó el XX? ¿Por qué ha adoptado, con fervor admirable, la ideología de la derecha provinciana y burguesa del XIX? El señor Zapatero, negociador tan entusiasta como inhábil, quizá sepa respondernos.

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