El lanzador de cuchillos

Moralistas

Giulio Andreotti tenía razón cuando decía que es preciso distinguir entre la persona moral y el moralista

Siempre tuve a Indro Montanelli por un modelo de ciudadano honesto y de cronista independiente. Pero para los grupos antirracistas y feministas que quieren derribar su estatua milanesa era, por lo visto, un pedófilo depravado. ¿El motivo? En 1935, habiendo sido nombrado comandante de un batallón en Eritrea, aceptó, como era costumbre entre los soldados italianos destinados a la futura colonia, la compañía de una menor africana, que al poco se casó con un compatriota con el que tuvo tres hijos, al mayor de los cuales llamaron, por cierto, Indro.

En San Francisco han retirado la estatua de Colón que, en las últimas semanas, había sido objeto, como las de media nación, de actos vandálicos por parte de la franja más radical del movimiento Black Lives Matter, para la que el navegante genovés, descubridor de América, es un símbolo de opresión de las minorías. Según una portavoz del Ayuntamiento, se ha tratado de un paso necesario, porque la estatua representa "los fundamentos dolorosos de la historia del país: esclavitud, sumisión y conquista, actitudes que estamos llamados a condenar". Para la señora Stefani, que es concejal, pero tiene alma de relatora de la ONU, la gestión ordinaria del Consistorio -cuestiones pedestres como el pavimento de las calles o la ordenación del tráfico- palidece ante la grandiosa oportunidad de enmendar la historia de la civilización occidental.

No se libra nadie: Cervantes, cuya obra es un canto a la libertad; Fray Junípero Serra, que llevó a cabo una labor encomiable en las comunidades indígenas; Churchill, el vencedor de Hitler y del nazismo; Shakespeare, el genio que retrató a la humanidad, sobre cuyo Mercader de Venecia recaen desde hace tiempo -Harold Bloom abrió la espita- acusaciones de antisemitismo; Juan de Oñate, el conquistador del Oeste americano… y entre los vivos, Peter Hitchens, el hermano mayor del genial e igualmente controvertido Christopher, a quien un centenar de individuos de bellos sentimientos siguió con pancartas inculpatorias por las calles de Londres, por negarse a hincar la rodilla ante el activismo totalitario de quienes siempre encuentran un río que revolver y una ganancia política que echarse al bolsillo. Giulio Andreotti era un hombre oscuro y un político inquietantemente pragmático, pero tenía razón cuando decía que es preciso distinguir entre la persona moral y el moralista, porque suele ocurrir que los que más tiempo emplean en dar lecciones de ética son los que casi nunca encuentran el momento de practicarla.

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