La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

De Moscú a Afganistán

Dado que aún hay quienes tienen los ojos cerrados, cabe esperar que estas obras se los abran

Recomendar un libro que cuesta 46 euros y tiene 1.632 páginas, como ayer hacía con La casa eterna. Saga de la Revolución rusa de Yuri Slezkine, requiere tener la seguridad de que el dinero y el tiempo invertidos en él están justificados. Si no les basta que Muñoz Molina lo compare con las obras de Tolstoi, Grossman y Solzyenitsin -a las que añado las de Aléxievich- ofrezco más argumentos.

Dotado de esa no tan frecuente cualidad de ser a la vez un apabullante trabajo de investigación y una obra de altas calidades literarias, se lee con la confianza debida al rigor histórico y el sobrecogimiento de una novela. El tortuoso destino de estos revolucionarios que fueron perseguidos bajo el zarismo, perseguidores bajo el leninismo y perseguidos bajo el estalinismo es una tragedia culminada por la aceptación de los hijos del destino de sus padres. "Las purgas y persecuciones -ha dicho Slezkine- no destruyeron la devoción al camarada Stalin hasta mucho más tarde. Exiliados a orfanatos remotos, los hijos de los revolucionarios purgados seguían creyendo que vivían en el mejor y más feliz país del mundo". Es el caso del escritor Yuri Trifonov del que ayer les hablaba, habitante niño de la Casa del Gobierno cuyos padres fueron purgados y fue reeducado como "buen comunista" con Konstatin Fedin, presidente de la Unión de Escritores Soviéticos y perseguidor de Pasternak, Grossman y Solzyenitsin, como maestro, alcanzando el Premio Stalin. Abrió los ojos y ofreció el primer testimonio internacionalmente difundido de la Casa del Gobierno en su novela La casa del malecón.

En el prefacio de su monumental obra escribe Slezkine: "En 1935, la Casa del Gobierno tenía registrados 2.655 inquilinos… En las décadas de 1930 y 1940 se desalojó de sus apartamentos a unos ochocientos y se les acusó de duplicidad, depravación, actividades contrarrevolucionarias o pérdida de confianza… Que se sepa, 444 fueron fusilados; a los demás se les condenó a diversas formas de encarcelamiento". Dado que aún hay quienes tienen los ojos cerrados -Eduardo Garzón defendía esta semana la presencia soviética en Afganistán entre 1979 y 1986 como garante de los derechos humanos en un estado laico-, cabe esperar, aunque sin mucha confianza, que estas obras (incluida, para ilustrar al señor Garzón, Los muchachos de zinc. Voces soviéticas de la guerra de Afganistán" de Aléxievich) se los abran.

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