HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Muerte digna

El primer asombro de la ley en marcha para colar la eutanasia es el nombre: muerte digna. Parece impropio del lenguaje correcto y progresista mentar la muerte, escondida desde hace decenios en asilos, hospitales y cementerios campestres. Muerte digna es una contradicción más: la expresión no quiere decir absolutamente nada presentada como progreso, porque morirse nunca es un progreso. Con dignidad se puede ir a la muerte, pero la muerte en sí misma es injusta, indigna y fea, la postrer faena que nos hace la vida. Hacen falta penas capitales y verdugos para ir a la muerte con dignidad, pero hay que estar educado para ello, y hoy no es seguro que ni las casas reales estén preparadas para subir a un cadalso como se debe. Luis XVI y don Rodrigo Calderón, subieron bien; madame Du Barry, muy mal. Los mártires del cristianismo primitivo iban con mansedumbre, pues confiaban en una más alta vida.

Quizás con el suicidio sea posible alcanzar una dignidad mortal, pero son contados los suicidas en el momento justo y de la manera adecuada, con vida cumplida y circunstancias que los expliquen. Rara vez no es un acto de soberbia desmesurada similar a la de los ángeles rebeldes contra el poder divino, o una rabieta o, aún peor, una venganza. Cervantes lo dice por boca de Don Quijote: "Dios que nos crió, Dios que nos mate". Hace ya bastantes años escribimos un artículo favorable a la eutanasia en determinados casos y sin dar facilidades. Creo que entonces la confundíamos en parte con la piedad de no alargar la vida artificialmente y dejarla apagarse sin sufrimientos añadidos. En la juventud nos creímos hijos de nuestro tiempo, luego aparecieron reservas sobre lo que se consideraba moderno y progresista, después cuestionamos la idea engañosa del progreso mismo y, al fin, caímos en la cuenta de que el hombre no tiene un tiempo propio concreto, que todos los tiempos son suyos, porque es capaz de comprender las bajas pasiones y las alturas espirituales de los personajes de las epopeyas más antiguas.

Pero los bajos instintos han subido de categoría, han pasado de estar escondidos en los estratos más bajos de la sociedad a la legislación. Basta que un delito o cualquier mala pasión se presente como moderna, progresista y de izquierda para que se convierta en norma, y aun en ley, con el silencio casi general. A quienes se creen hombres de un sólo tiempo, por lo general el presente, no les importa que las ideas reflejen verdades o mentiras, sean justas o injustas, sino que estén de moda. "Del que se dice que 'pertenece a su tiempo', escribe Gómez Dávila, sólo se está diciendo que coincide con el mayor número de tontos en ese momento." La eutanasia disfrazada de muerte digna sobrepasa la tontería: es la mentira y el delito elevados por ley a rango de virtud obligatoria.

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