Opinión

Juan / vergillos

Muerte de un radical

Su cante era absoluto, demoledor. No dejaba indiferente a nadie. Mucho menos a sus detractores, que no hallaban rastro de belleza en su forma radical de entender el arte. Esta radicalidad era fruto, no se engañen, de la desolación. Por eso Agujetas era, es, un artista universal porque todos los seres humanos han sentido alguna vez esta desolación. Se ha dicho y se dirá de él que era un primitivo. No es cierto. Era más bien un primitivista. El arte de Agujetas iba directo a la emoción. Pero los primitivos flamencos eran todo lo contrario. Tendían a la estilización, incluso al lirismo, un concepto en las antípodas del arte de Agujetas. Y aunque él se adscribió a este concepto de lo primitivo, en el fondo era un vanguardista. Su arte radical sólo podía haber surgido en una época radical como la posguerra española, en la que en el flamenco quedaron abolidos el juego, el adorno, la ligereza. Era un esencialista, uno de esos que se van a los tuétanos del arte. Como esos vanguardistas que, en su esquematismo, se vuelven a la caverna pasando retrospectivamente por toda la historia del arte figurativo. Agujetas era un cantaor abstracto, esencial. En este sentido digo que es un vanguardista, un primitivista, más que un primitivo, por mucho que él se dejara querer por el mito del buen salvaje. Agujetas no era antiguo sino esencial, crudo. De hecho sus primeros y principales valedores fueron los flamencólogos e intelectuales de los sesenta que vieron en Agujetas la encarnación de sus teorías sociales del flamenco. Unas teorías que se remontan al siglo XIX con Demófilo y que, pasando por el Falla del fallido Concurso en Granada del 22, apenas pueden disimular su superioridad paternalista. Agujetas, como cantaor, no podría haber surgido en otro periodo sino en ese en el que la flamencología anatematizó el arte de evasión o gozo imponiéndose un flamenco quintaesenciado y existencial, el que exigía los duros acontecimientos que marcaron el siglo XX de las guerras mundiales y civil española. Fue en la posguerra cuando artistas de voces duras, estridentes, ásperas y rocosas como El Tío Borrico, Talegas o el propio Agujetas encontraron un medio adecuado para su eclosión. Aunque, desde luego, el público de Agujetas iba mucho más allá de los paternalistas. Por el contrario, su público potencial es la humanidad entera, como hemos dicho, porque su mensaje es tan jerezano como universal. Del barrio de San Miguel al mundo.

Era la mejor encarnación de la ira flamenca. Y por eso era un radical porque la ira, como el amor, sólo pueden ser radicales. Iba a la emoción desnuda, descarnada, de ahí que miles de seres humanos en todo el planeta se identificaran con su cante: sus seguidores se cuentan por centenaras en Estados Unidos, país en el que residió por temporadas, y Japón, de donde es su viuda. También vivió en México, Australia, Francia y el propio Japón. Por esta condición descarnada algunos dijeron que su arte es una forma de protesta. Aunque detrás de estas afirmaciones había un fondo político, el de la intelectualidad de izquierdas antifranquista, el cante de Agujetas era una forma de airada protesta frente a la desolación. Atrabiliario, impaciente, infantil, del niño que siente que su llanto no recibe atención, que su necesidad no es atendida. Ese niño que habita en el fondo de nuestros corazones. Agujetas se hizo profesional con más de 30 años, abandonando su fragua, con un concepto de lo jondo ya bien definido. Por ello, y por esta condición de arte esencial, es que su cante apenas sufrió evolución, como no fuera la de hacerse aún más radical. Si en sus primeros tiempos su repertorio abarcaba un espectro más o menos amplio de la baraja estilística, en las últimas décadas su cante estaba prácticamente reducido a fandangos, soleares, martinetes y seguiriyas, estos dos últimos sin duda sus estilos más característicos. No obstante, es un intérprete que ha creado escuela con muchos seguidores dentro y fuera de nuestras fronteras, entre los que destacan, naturalmente, sus hijos Dolores y Antonio, afortunadamente ambos en activo.

Ha muerto un cantaor y un símbolo. Manuel de los Santos Pastor, Agujetas para el arte, nació en Jerez en 1939. Su maestro fue, naturalmente, su padre Agujetas el Viejo, a su vez un declarado discípulo del mítico Manuel Torre. Aunque Agujetas siempre declaró lo específico de su forma de entender lo jondo. Su discografía es una de las más extensas de la historia del flamenco, abarcando cuatro décadas y más de 20 títulos. Sus primeros discos, entre 1971 y 1976, los firmó con la guitarra de Manolo Sanlúcar, gran renovador de la sonanta flamenca. También hizo un disco con otro revolucionario, Gualberto, que vio la luz en 1979. En el resto de su discografía de los setenta y ochenta está acompañado por los jerezanos Parrilla y Rafael Alarcón o por guitarristas estadounidenses como David Serva o Antonio Madigan. En los noventa grabó con Niño Jero, Moraíto y Curro de Jerez. Su último disco en solitario, '24 quilates', es de 2002 y la guitarra la pone Enrique de Melchor. En 2012 haría una última incursión discográfica en el registro colectivo 'V.O.R.S. Jerez al cante' con el guitarrista Manuel Valencia. Protagonizó el film 'Agujetas, cantaor' (1998) de Dominique Abel y uno de los momentos cumbre de 'Flamenco' (1995) de Carlos Saura. También aparece en varios capítulos de la serie de televisión 'Rito y geografía del cante'(1971-73), incluyendo el monográfico sobre el cantaor. Agujetas fue premiado en dos ocasiones por la Cátedra de Flamencología de Jerez, en 1978 como mejor cantaor y en 2012 como maestro.

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