El cuentahílos

Carmen Oteo

Mujeres de la plaza

SE apostan a la entrada de la plaza de abastos y a modo de incensario, espantan el olor a gandinga y pescado, dejando en el aire el rastro de su mercadería: hierbabuena, ajo, perejil...

No han llegado a ellas ni el chándal, ni los móviles con sus tonos vulgares, ni ningún otro signo de modernidad chabacana. Su humildad es digna y sobria. Son mayores, visten una bata y un delantal con un gran bolsillo que les sirve de caja registradora. Calzan unas zapatillas de badana y peinan un moño bajo, al que alguna atrevida, clava con una horquilla, una mata de hierbabuena. Colocan dos barquillos de fruta puestos en pie. Sobre uno se sientan y sobre el otro, dejan caer, formando una te, aquel que les sirve de expositor de su mercancía. Al igual que la vitrina de un joyero, su género se va tornando, pero no por imposiciones de la moda, sino de la naturaleza, que es quien rige las normas de su mercado: higos chumbos en verano, espárragos y tagarninas tras las primeras lluvias, caracoles y cabrillas al final en primavera... y siempre ajos, cebollas, perejil o limones. Sus unidades de medida son el manojo, la maceta, la lata o lo que cabe en la palma de su mano. Personalizan su pregón que dicen con voz queda: ¡llévate esparraguitos pa tu marío!, ¡cómprame algo que está la cosa mu mala!

Las he visto embarazadas, enviudar, enlutarse, envejecer, y tanto ellas como su género desaparecerán, como desaparecieron los perros callejeros que custodiaban el mercado porque no son de este tiempo. Sus productos no vienen envasados con fecha de caducidad, ni tienen conservantes, ni vienen precocinados, ni conocen las grandes superficies ¿qué futuro les puede esperar con semejante puesta en el mercado, sobre un triste barquillo y sin intermediarios? ¿Quién querrá vender el invierno desnudo y amargo del espárrago triguero o se clavará en sus manos las púas del verano y de sus higos?

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