Mundos separados

El mundo de los políticos y el de la gente de la calle parecen dos burbujas distintas

Quizás sirva de consuelo pensar que situaciones como la presente se han vivido en épocas anteriores. Situaciones en las que el mundo de los políticos y sus instituciones van por un lado y, por otro, la gente de la calle movida por otro tipo de urgencias y preocupaciones. Parecen dos burbujas distintas, que tienden a separarse cada vez más. Porque en la burbuja de los políticos se ha impuesto una forma de actuar, en la que todos, o casi todos, colocan en primer plano el lucimiento de su imagen personal y, después, una competencia sórdida con el adversario para conseguir mayor poder. Como consecuencia se postergan de manera indefinida las necesidades de la calle. Si acaso, se atiende alguna propuesta si sirve de reclamo por su perfil ideológico. Es comprensible, por tanto, que, entre los que observan y comentan la situación desde el nivel de la calle, cunda el desanimo e incluso el pesimismo. Y más, cuando a este nuevo desastre español, se unen las fisuras inquietantes que empieza a ofrecer la gran esperanza blanca de la comunidad europea. Sin embargo, por suerte, si se mira hacia atrás, se encuentran algunos ejemplos que restauran el ánimo y proporcionan consuelo. En situaciones similares anteriores, en las que las instituciones encargadas de velar por la colectividad se aislaban en sus privilegiadas burbujas, siempre surgieron, desde la calle, algún grupo cuyo espíritu crítico removía las conciencias pasivas y resignadas. Aquellos lejanos movimientos, con raros nombres, que se conocieron como arbitristas, en el siglo XVII, ilustrados, en el XVIII, regeneracionistas en el XIX, noventayochistas, en el XX, se dieron cuenta de la escisión existente entre gobierno y ciudadanía. Su descontento, en general, no los llevó a integrarse en la vida política, demasiado desacreditada, pero sí a producir y difundir ideas, críticas y propuestas, que, si no influyeron en la hermética burbuja de la alta política, sí, cuando menos, alentaron a los que permanecían relegados en la pobre burbuja de la calle. Quizás, por tanto, el recuerdo del papel desempeñado por aquellos movimientos deba recuperarse. Ellos significaron en el pasado, dicho con palabras más modernas, la conciencia de una sociedad civil que no aceptó vivir en una burbuja subalterna, acristalada y pasiva. Ahora, de nuevo otras voces están realizando esa misma función regeneradora y difundiendo el mensaje que se necesita. ¿Y dónde están esas voces? No están ocultas. Están en la prensa y en los libros. Solo hay que buscarlas y leerlas. El próximo día 23 puede ser una buena ocasión para encontrarlas.

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