Muñoz Machado

Pertenece a la gama de andaluces que desempeñan una labor continua y callada, sin gesticulaciones ni aspavientos

Un nuevo reconocimiento público ha venido estos días a consolidar la labor investigadora y ensayística de Santiago Muñoz Machado. Le han concedido el Premio Nacional de Historia por su obra Hablamos la misma lengua. Hace seis años ya obtuvo también el Premio Nacional de Ensayo con un libro de titulo bien explícito: Informe sobre España: repensar el Estado o destruirlo. Publicaciones que se suman a otras igual de valiosas, incluidas incursiones en el mundo la ficción. Sin olvidar su actividad docente en la Facultad de Derecho de la Complutense y su presencia en la Academia de la Lengua que, entre otros resultados, se ha plasmado en un utilísimo diccionario de léxico jurídico. Aún se puede añadir otra dedicación, en estos momentos menos confesable, pero que Muñoz Machado debe asumir con digno orgullo: mantiene, en tierras cordobesas, una ganadería de toros bravos.

Pero la intención de estas línea no es reseñar ni vida ni obra, sino recordar el valor de su ejemplo. Un ejemplo que los demás debemos airear porque él no se involucra fácilmente en el espectáculo de la cultura y la fama. Da la impresión de pertenecer a la pudorosa gama de los andaluces discretos, de los que desempeñan una labor continua y callada, elaborada sin gesticulaciones ni aspavientos, pero encomiable y necesaria al máximo. Si quisiéramos recurrir, para pergeñar su carácter, a un viejo estereotipo, se podría decir que conserva todavía el aire cordobés, senequista, de una cierta Andalucía. Quizás por ello, su admirable papel corre el peligro de quedar apagado entre las luminarias de folclore, marquesas y ferias que prevalecen en casi todos los primeros planos de la vida pública andaluza. A Muñoz Machado la Junta ya le otorgó una medalla honorífica en 2013, un gesto simbólico más que justificado, pero sus libros y, sobre todo, su ejemplo no ha trascendido ni a la calle ni a la juventud andaluza. Apenas se conoce que, en estos años, sus escritos suponen una de las más atinadas reflexiones sobre los males de España y, por tanto, de Andalucía. Unas lecturas, pues, indispensables, que estos dos premios nacionales han venido a recordar y confirmar. A este andaluz del cincel y de la maza hay que darle su sitio. Buscar un hueco a su nombre para que, en la galería de modelos a imitar, los andaluces sepan que otro andaluz ha hecho compatible su gusto por las fiestas, con una seria entrega al trabajo y a la escritura. Siempre puede estimular saber que alguien, nacido en Pozoblanco, lucha por mostrar, en medio de este laberinto político, el buen camino para España y Andalucía.

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