Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Nación y Estado

El nacionalismo ha servido para dar oxígeno a aquel viejo aparato que impide, todavía, la consecución de un Estado justo

Crecí con hermanos mayores que, durante mi infancia, lucharon contra el aparato del Estado que la recién estrenada democracia había heredado del franquismo, con la muerte del mismo Franco aún muy muy reciente. Y lucharon porque el aparato en cuestión se sustentaba en la injusticia, la desigualdad y los privilegios de unos sobre otros. Su lucha, nuestra lucha, sigue todavía vigente en un país donde los privilegios, heredados, de cuna o adscritos a determinados puestos, se empeñan en perdurar. Resulta, sin embargo, que el debate está ahora en otra parte: no en el Estado, sino en la nación. No en el aparato, sino en la identidad, cuestión que hasta hace más bien poco no resultaba de interés más que para una minoría, digamos, pintoresca. La lucha dejó de tener sentido en pro de la mejora de un Estado insuficiente a la hora de atender las necesidades de todos los ciudadanos para defender el presunto derecho que correspondía a esos mismos ciudadanos por haber nacido en un sitio y no en otro. Y en ésas seguimos. Fernando Savater explicaba no hace mucho que la sustitución del Estado por la nación como objetivo esencial nos conduce directamente a la tribu, y los acontecimientos le han dado bien pronto la razón. Mientras atendemos a la nación, el Estado flaquea y sostiene sus desigualdades.

Porque si de algo ha servido el nacionalismo ha sido para aportar oxígeno a raudales a aquel aparato contra el que lucharon mis hermanos y buena parte de su generación y que, con tal de no perder sus prebendas, impide la consecución de un Estado moderno, esto es, justo. Mientras la reivindicación atiende a la identidad territorial como derecho, algo tan absurdo, supersticioso y primario como los privilegios otorgados a tenor de la fe religiosa, la extinción final de los señores del franquismo sigue pendiente. Pero no sólo lanza así el nacionalismo separatista su cable oportuno al viejo régimen. Quienes pintan al Estado como al lobo y a la nación como al cordero saben tan bien como yo cuál es el tipo de Estado que los nacionalistas catalanes vienen prefigurando, más o menos en silencio, con las dosis justas de información. Exacto: un Estado opresor, con su ejército defensor de fronteras y su policía ideológica. Es decir, el Edén perfecto en el que aquel aparato franquista podrá pervivir en paz. Lo bueno de Quim Torra es que habla claro: cuando habla de proceso constituyente se refiere, sí, a hacer limpieza.

No importa, entonces, si la CUP apoya a un presidente de la extrema derecha. La nación debe prevalecer ante todo. Así los amos quedarán complacidos ante sus siervos.

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