Las mareas de Santiago tienen secuelas. Mar de fondo cuando el joven "presidente de los compromisarios del PP" no sale de la sala de espera de los juzgados; el fuego amigo es persistente y maneja información para cuestionar la honestidad de alguien tan vulnerable. Marejadilla en la izquierda que dilapida las simpatías que en 2014 la presentaban como alternativa real. La gente no se fía de una coalición que pretende surfear sobre Susana y no cuenta ni con el entusiasmo de la propia militancia que la conforma. Precipitar una operación, desde los despachos del Parlamento andaluz, solo lleva, como decía mi abuela, a que salten las costuras del dobladillo y enseñemos la bajera. Dicen los mentideros, que la cosa se impuso por "centralismo democrático", alguna concejala de Jerez cuestiona los procedimientos, algunos círculos o poliedros de Podemos no ven que se estén respetando las normas por las que nacieron, y el desgastado mundo del andalucismo tampoco se monta en un barco que hace aguas antes de salir del dique.

La ciudadanía está saturada de discursos hueros y le exige a la política determinación e inteligencia para abordar los problemas. A Casado le iría mejor si, desde la humildad, dejara de usar de forma burda los problemas de Estado, como la política migratoria o la cohesión territorial. Es patético y peligroso tratar de contentar a los sectores más ultras de la derecha con mentiras (no hay millones de africanos esperando para entrar) y usar, nos cansa ya, a las víctimas de ETA para cuestionar medidas ya tomadas por anteriores gobiernos. A Iglesias le vendría bien priorizar la realidad de la gente a los gestos: bloquear la flexibilización de los objetivos de déficit para permitir, que se inyecten 6000 millones (imprescindibles, aunque no suficientes, para Sanidad, Educación, Dependencia) es ahogarnos en la cresta de la ola.

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