HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Negar la existencia

UN ejercicio intelectual que nos enseño Flaubert es negar la existencia de lo que no nos gusta, no nos interesa o despreciamos. La inexistencia es verdadera algunas veces; pero, aunque no lo fuera, sirve de consuelo y de advertencia para no tratar ciertos asuntos. Esto en la vida particular, en la pública no tenemos otro remedio que aceptar la fealdad del mundo y llamar a las cosas por su nombre, si no queremos vivir en la irrealidad. Negar que en España hay locos, y locos peligrosos, aparte de la muchedumbre de cuerdos corrientes, que es un tipo de locura sin gloria, llevó consigo la supresión de los hospitales de inocentes, como se les llamaba en el Siglo de Oro a los manicomios (el ordenador, correctísimo, niega la existencia de esta última palabra) y de los establecimientos llamados, benevolente y eufemísticamente, casas de salud o de reposo. Da lo mismo porque la realidad de la calle nos desengaña.

Un ejemplo notable es la forma de negar que en España haya torpes para los estudios: aprobarlos a todos y hacerlos bachilleres por Osuna. Las estadísticas darán la visión de un país idílico de ilustrados de novela pastoril, donde el buen sentido, la paz y el bienestar se han conseguido por persuasión gracias a sabias medidas políticas. Luego vemos que no faltan noticias para las páginas de sucesos y que los bachilleres no saben interpretar un escrito. Se cree, y en muchos casos debe ser así, que los locos mejoran o se curan si están en contacto con medio cuerdos y haciendo una vida normal, y que los delincuentes se vuelven hombres de bien si están el menor tiempo posible en la cárcel. La idea no es mala y habrá dado buenos resultados cuando se continúa aplicando, pero siempre habrá un número suficiente de locos y delincuentes peligrosos que deberían estar encerrados o sujetos a control para evitar que hagan daño.

La psiquiatría es una especialidad relativamente nueva, aunque tenga sus precedentes literarios, y la antipsiquiatría es novísima. Un psiquiatra amigo mío me decía que los manuales de su especialidad no servían de mucho por titubeantes y contradictorios, que donde había aprendido algo del alma humana había sido en la literatura de todos los tiempos, en la poesía sobre todo, en la que los autores nos confían su intimidad. Me he atrevido a escribir sobre un problema que se me escapa, aunque conozca casos de esquizofrenia y del sufrimiento y el trabajo añadido que llevan a sus familias. De tarde en tarde sucede una tragedia y nos asustamos porque nadie está libre de la parte oscura de la razón humana. Creíamos en oráculos, astrólogos y magos en la antigüedad clásica, luego la magia pasó a los confesores y luego a los médicos. Los fármacos alivian y hablar con los amigos también. Pero hay días de pensamientos sombríos que no se ahuyentan ni con sentido común.

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