N O voy a ser menos que muchos que estos días presumen de enterados y voy a citarles el estudio de una prestigiosa universidad internacional. Lo hicieron en 2008 investigadores de la Northeastern University de Boston, fue publicado en la revista Nature y de él se hicieron eco numerosos medios de comunicación de todo el mundo. Sin ir más lejos, este que está usted leyendo. Tras exhaustivos análisis y estudio de un montón de parámetros concluía, más bien confirmaba, que el hombre -oh, cielos- es un animal de costumbres y limita buena parte de su vida a ir y volver de un reducido número de lugares y hacer de forma repetitiva siempre las mismas cosas.

Echemos manos de las enseñanzas de los antropólogos bostonianos para consolarnos en el trance que nos está tocando vivir. Porque resulta difícil imaginar algo más anormal que la nueva normalidad en la que nada será como era y en la que los comportamientos más elementales se van a ver alterados durante no sabemos cuánto tiempo. Además, se va a ver afectados en una situación de penuria económica y desconfianza social que lo van a alterar todo para mal.

Las cosas son como son y es lógico que vivamos tiempos de confusión por una situación para la que nadie estaba preparado por mucho que había advertencias en foros científicos de no escaso nivel. La amenaza de la pandemia era como la del meteorito que algún día impactará sobre la Tierra, propia de novela barata de ciencia ficción. Las cosas no pasan hasta que pasan y todos, desde la OMS hasta el alcalde del pueblo más pequeño, pasando por el Gobierno de cualquier país, incluido este, están improvisando. La improvisación provoca muchos riesgos de equivocarse, como se está demostrando cada día con los resultados que todos sabemos. Si a eso se le suma la ineficacia - y en España, a juzgar por los datos, los niveles son bastante elevados-, tenemos una mezcla altamente explosiva.

Así que mejor que no compren la mercancía averiada de la nueva normalidad que parece una consigna sacada del Ministerio de la Verdad que imaginara Orwell en 1984. Vamos a vivir en una situación de anormalidad permanente en la que vamos a dejar buena parte de nuestro bienestar. Menos mal que como demostraron en la Northeastern University no somos otra cosa que animales de costumbres con una capacidad casi infinita de adaptarnos a lo sobrevenido. Incluso a una normalidad tan anormal como la que nos espera.

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