Los homenajes tributados a Alfredo Pérez Rubalcaba con motivo de su fallecimiento tienen que ver, indudablemente, con su compromiso de servicio al Estado y a su partido en todos los puestos que le tocó desempeñar y con su intervención directa en asuntos de trascendencia histórica como el final de ETA o el delicadísimo relevo en la Corona. Sentado esto, hay que anotar que posiblemente haya influido aún más en la glorificación -si se puede utilizar el término, que creo que sí- del dirigente socialista una cierta nostalgia de otra forma de hacer política, que hace no tantos años era la habitual. Era una política en la que podía haber cierto postureo, pero en la que no todo era postureo, en la que las ideas se defendían con argumentos y no sólo con descalificaciones, en la que los debates parlamentarios podían ser ásperos, pero tenían nivel y, sobre todo, en la que había líneas rojas a la hora de defender los principios sobre los que se sustentaba el sistema democrático.

Lejos de ser el Metternich que muchos han querido presentar durante los últimos días, que no lo era, Pérez Rubalcaba fue sobre todo un político eficaz, maniobrero y con una enorme capacidad de trabajo. En los pasillos de Ferraz le llamaban el comando Rubalcaba por su facilidad para multiplicarse, atender varios frentes la vez y en todos ellos emplearse a fondo. Vivía 24 horas al día para la política. Tuve ocasión más de una vez y más de dos de ser testigo directo de sus llamadas de madrugada al periódico de Madrid en el que trabajé durante muchos años. Tan pronto como llegaba a las tiendas Vips la primera edición del diario ahí estaba Alfredo para mostrar desacuerdo con algún titular, precisar alguna declaración o simplemente comentar con enorme sentido del humor la última ocurrencia de sus rivales, mejor si éstos eran los de dentro de su partido.

Rubalcaba representaba otra política y otros métodos de hacerla. El fin del bipartidismo, que muchos empiezan a echar de menos, ha supuesto un deterioro de los liderazgos que lastra todavía más la falta de mensajes. La política ha perdido referentes y de ahí la confusión ideológica en la que se está a la derecha o al centro dependiendo del último resultado electoral o incluso de la última encuesta y en la que cuenta más el cómo se dice que el qué se dice. A Rubalcaba se le va a echar de menos porque representaba una época en la que la política, arrastrando todas sus miserias, intentaba, y muchas veces lo conseguía, ser útil a la gente.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios