Hablando en el desierto

FRANCISCO / BEJARANO

Noticias de Uganda

LA condena por ley de la homosexualidad en Uganda se ha destacado en los periódicos occidentales como lo más importante ocurrido en un país de matanzas periódicas en los últimos años. Se ha subrayado en titulares la pena máxima de cadena perpetua, pero se aclara luego que será así cuando concurran agravantes, una condena parecida a la que reservamos en el mundo occidental a las agravantes de los delitos sexuales. Nada nuevo. En muchos países musulmanes la homosexualidad está castigada, en algunos con pena de muerte. Extraña un poco que en Asia, donde este asunto, según sabemos por la literatura antigua que conocemos, nunca significó un problema, también esté penada con más o menos rigor. Lo que sí es un azote en África, en Uganda en particular, es el sida, pero no parece que convirtiendo en delitos ciertos comportamientos sexuales se solucione gran cosa.

Lo curioso de la noticia es que un grupo de científicos ugandeses ha concluido en un estudio que la homosexualidad no es genética sino adquirida por conductas sociales anormales, lo que ha decidido la firma de la ley susodicha. La ley ugandesa y las protestas occidentales exhalan un tufo de vulgaridad e hipocresía. Nada que se parezca a la prohibición de Dionisio de Siracusa de los vínculos de amor aristocrático, educadores de la juventud para ser ciudadanos ejemplares, contrarios a las tiranías y amantes de la filosofía y las artes, los deportes y las leyes justas de la polis, en suma, educados en el saber y la belleza, altos valores del mundo clásico, compartidos por quienes no se sentían inclinados al amor por los muchachos, que no era exactamente homosexualidad. No hay sino oír a Sócrates por boca de Platón para enterarnos de que dos hombres barbados que yacen juntos, es lujuria rechazable. Un anticlímax.

Poco que ver, como se deduce, con la vulgaridad y el feísmo de la homosexualidad liberada que se nos presenta en Occidente, felizmente casada y domesticada, gorda, calva y retroprogre. Así la quieren en Uganda, en la legislación universal y en los programas de los colegios: contrarrevolucionaria y moralista, gris y hogareña. No se sabe como piensan hacer una revolución con estas ideas míseras. Los científicos ugandeses saben de la homosexualidad lo mismo que los del resto del mundo: nada. Los occidentales creen saber más que Sócrates y con afearlo todo, cumplen.

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