Tierradenadie

Alberto Núñez Seoane

Nueva normalidad. Episodio 1: La palabra

ESCRIBÍA Jean-Paul Sartre que para "ser" hay que hacerlo "estando-en-el-mundo". Pero sólo podemos "estar-en-el-mundo" por los otros, por los demás; también, los demás, "están-en-el-mundo" por nosotros. Para "estar-en -el-mundo", con "los otros", es necesaria la comunicación y la primera, y más importante, herramienta con la que esta cuenta, es el lenguaje, es decir: la palabra, hablada o escrita.La palabra, desde los primeros gruñidos de nuestros primigenios antecesores hasta la prosa de Cervantes o la poesía de Miguel Hernández, es el instrumento que nos relaciona, y sólo a través de esta correspondencia mutua es posible que "seamos" en el mundo en el que estamos.

Aunque lo parezca, no voy a escribir sobre filosofía, pero creo adecuada esta introducción, y lo que sigue, para poner en contexto lo que vendrá después.

La palabra viene padeciendo, también, una grave pandemia: desde hace tiempo y causada por do tipos distintos de "virus". El primero, letal, es el descrédito en el que la estamos ahogando; el segundo, demoledor: la deformación, por reducción al absurdo, de sus raíces y estructura.

Digo descrédito, debiera escribir deshonor. La palabra fue sinónimo de garantía, de seguridad, de compromiso firme: eso que entendemos por "dar la palabra". No cumplir con lo dicho suponía, cuando menos, el desprestigio de quien así actuase, su expulsión del entorno de aquellos que si eran merecedores de confianza y, por tanto, el rechazo general para volver a hacer tratos con el susodicho; cuando más: el reto a duelo, puede que la muerte.

La palabra … de fiable garante de promesa, a truhan de oscuros tratos; de honorable y digna señora, a prostituta de burdel barato; de estandarte de dignidad y respeto, a banderola de cínicos, pendencieros o arribistas… Es lo que estamos deshaciendo: "hacer" ese "virus", mortal, al que le permitimos infectar y le ayudamos a contagiar. Si pervertimos el útil imprescindible para que podamos asumir el sentido de nuestro existir -ser personas en el mundo en el que estamos, digámoslo así-, ¿de qué otro aparejo nos serviremos para cumplir con nuestro destino?

Si hemos hecho de una fiel mensajera, la esclava de nuestro interés, ¿hemos de esperar que "los otros" hayan actuado de modo semejante?, ¿por qué unos sí y otros no, si lo que se "enseña", lo que se practica, incluso lo que triunfa es la palabra que ya no lo es…?

El segundo de los "virus" no es otro que la degeneración galopante del lenguaje. La tecnología avanza, no es mala cosa, por supuesto; la comodidad, eso que ahora, los horteras que en el mundo son, denominan "la zona de confort", se convierte en objetivo primordial de mercaderes y mercachifles: hay que hacerlo todo fácil; la cultura del esfuerzo queda arrinconada en los libros de Historia que no han sido manipulados o prostituidos; se simplifica todo lo que cualquier mente no muy aventajada no sea capaz de asimilar: hay que hacer lo posible para que las gentes no piensen: un número, de pocas cifras…, y tienes respuesta, un botón y te contestan, un clic y te dicen lo listo que eres…

La palabra pierde su noble condición cuando no se complementa con las compañeras, adecuadas, para dar a luz a eso que llamábamos "frase", "oración", "sentencia…"; se convierte, la palabra, en prófuga de una ley que ahora se desconoce: la gramática; se le despoja de su dignidad cuando se la mutila, sin miramiento ni recato, convirtiéndola en un pobre injerto estéril, un híbrido, infecundo, de lenguas extrañas, tan honorables como otras, pero no para ser fecundadas con pedazos informes de palabras ajenas que no enriquecen: desnaturalizan.

La variedad es riqueza, olvidar o perder las raíces: no. El avance es progreso, sin destruir lo bueno que nos ha puesto en el lugar desde el que podemos progresar. Innovar es moverse hacia el futuro, al que se llega, si es el caso, teniendo muy en cuenta que lo que en realidad sólo existe es el presente: el mañana será… mañana.

Sin fiador que la respalde, la palabra se extingue como valedora de intenciones que se perderán en los olvidos de gentes sin memoria. Mutilada, sin pudor ni compasión, no podrá construir el lenguaje, que nos permite poner en común los afanes que determinan nuestra existencia. (Continúa).

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