Hablando en el desierto

FRANCISCO / BEJARANO

Nuevos imperios

Igual que hay una jurisdicción universal para perseguir dictadores que no sean progresistas y crear nuevos problemas sin buscar soluciones, debería existir una prohibición internacional para la creación de nuevos estados soberanos. Si no prohibición, por la urticaria lingüística de la corrección política, poner al menos inconvenientes tales que surtan los mismos efectos. La Historia se ha llevado por delante, casi siempre justamente, no ya reinos y principados de regular tamaño, sino los imperios de Alejandro Magno y el romano u otros más recientes como el español o el inglés. El imperialismo está mal visto y nadie se atrevería a reclamar imperios, aunque dentro de la inestabilidad es de las soluciones más eficaces. Los imperios funcionan bien mientras duran y sus derrumbes son siempre de lamentar.

Vean las consecuencias nefastas de las caídas de los imperios turco y austro-húngaro, que tanto echamos de menos ahora para estabilizar los Balcanes y el Islam, o el desmembramiento de la antigua URSS y el consiguiente despertar de los odios entre pueblos que creíamos desaparecidos. La ambición de lo pequeño es insaciable. Tenemos una conciencia de nación que se crea con unas señas de identidad amplias y mucho tiempo, pero nuestros sentimientos individuales son de pueblo, de barrio, de calle, de casa y de cuarto, con dos o tres habitantes en los días de visita. Cada uno tenemos nuestro reino del preste Juan de las Indias en la casa propia. Pero este sentimiento, que es natural y defendible, cuando se le añade política e ideología, se convierte en instinto territorial que lleva al hombre a la prehistoria tribal de comienzos de la agricultura.

Si tenemos en cuenta que hay unos 5.000 pueblos en el mundo que dicen ser diferentes de sus vecinos y quieren gobernarse a sí mismos, y los estados soberanos existentes serán unos 200 o algunos más, sería el caos la creación de 5.000 andorras independientes. La quiebra de los mercados y la multiplicación de las guerras vendrían enseguida. Para controlar al desconcertado rebaño humano se debería favorecer la fundación de imperios. Con diez imperios como mucho se contendría el espíritu tribal de la especie humana. Repasen la historia de los imperios y verán cómo civilizaron a grandes extensiones del planeta con poblaciones dispersas. Los países minúsculos van contra la tradición de la Historia y siempre acabamos pagando caro el desdén por la tradición.

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