Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Nuevos mundos

Si el PP quiere jugar a esto, está abocado al disparate. Cuando la patria entra por la puerta, la razón salta por la ventana

Después de que la izquierda pusiera todo su empeño en insuflar oxígeno a los nacionalismos periféricos, lo peor que podía pasar era lo que ha pasado: que la derecha tradicional, de preferencia habitualmente discreta en estos términos, empezar a ondear a todo trapo la bandera del nacionalismo centralista, igual de aberrante, temerosa de que las nuevas formaciones del espectro, tan desprejuiciadas, se les llevaran la clientela. Si antes la izquierda creó un problema donde no lo había con tal de distinguirse de la derecha, ahora la derecha responde actuando con la misma irresponsabilidad. La intervención de Pablo Casado ayer en Málaga, a modo de celebración a posteriori del Día de la Hispanidad, resultó de una indigencia intelectual preocupante, como cuando afirmó que ningún otro país más que España podía presumir de haber descubierto "nuevos mundos". Pero si Vox afirma que la mayoría de los inmigrantes que viven en España lo hacen de manera irregular, cuando es mentira, el PP está obligado a recurrir al disparate si quiere jugar a este juego. Igual que cuando Torra habló de bestias para referirse a los españoles, o cuando Junqueras definió el ADN catalán en relación con el danés a imagen del Arzalluz que reivindicaba el RH vasco. Cuando la patria entra por la puerta, la razón salta por la ventana.

Porque, por más que los pesados de todos los bandos insistan en lo contrario, este país ha mantenido desde hace mucho tiempo una relación más bien discreta, templada y escasamente ferviente ("laica", según el término empleado por Daniel Gascón) con sus enseñas. Fenómenos como el carlismo se han percibido en general como accidentes excéntricos. Y cuando ETA mataba a gente en nombre de la Patria Vasca en los años más duros del terrorismo, a la mayoría de los españoles aquellas consignas ya les sonaban a chino. Las preocupaciones más compartidas han sido otras. Del mismo modo en que el racismo no ha sido un problema en España en el último siglo, muy a pesar de las escasas oportunidades a las que se han aferrado unos cuantos para dar la vara con lo contrario, siempre ha dado igual de donde viniéramos y a donde fuéramos, porque si una raíz cultural comparten andaluces, castellanos, gallegos, vascos y catalanes, es que los españoles no son de ningún sitio. Siempre están yendo y viniendo.

¿Qué ha fallado ahora para que las banderas sí importen? Lo que ha fallado siempre: la política. Nada como una sábana del color que sea para tapar la corrupción, la sed de poder y el desprecio a los ciudadanos. Qué tiempo más feo nos ha tocado.

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