EN España, país de pícaros, suele ser frecuente que defraudadores y tramposos encuentren una cierta y envidiosa comprensión popular. Admiramos, quizá secretamente, la habilidad con la que ignoran normas y permanecen invisibles al odiado ojo recaudatorio. Pero esa actitud, acaso genética, olvida el daño y el sobreesfuerzo colectivo que nos acarrean tanta habilidad y tanto desparpajo. No hace mucho, los técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha) han especificado esos números: cada español debe pagar anualmente al Fisco 1.910 euros de más para compensar los impuestos que otros contribuyentes dejan fraudulentamente de satisfacer. Se trata de una cantidad importante, en la que, además, no se ha incluido el montante de los impuestos eludidos por las prácticas agresivas de las multinacionales para no tributar por los beneficios de sus operaciones en España. Son casi 90.000 millones de euros anuales los que desaparecen en el visto y no visto del trapicheo nacional.

Las consecuencias de tal fenómeno resultan especialmente graves. Así, en primer lugar, a pesar de las fuertes subidas impositivas aprobadas en el IRPF y en el IVA, la presión fiscal sigue bajando en España. Se sitúa -son datos de 2011- en el 31,4% del PIB, colocándonos en la vigésima primera posición en el ranking europeo. Junto a esto, en segundo lugar, se estima que la economía sumergida alcanza en nuestro país un volumen equivalente al 23,3% del PIB, el doble de la media en los quince primeros países de la UE. Los datos no son menos penosos, en fin, si, como evidencia un estudio de la asesora Optima Financial Planners, personalizamos el impacto: nuestros trabajadores necesitan 130 días del año para cumplir sus obligaciones con Hacienda (54 días para pagar el IRPF; 32 para el IVA; 23 para la Seguridad Social; 14 para Impuestos Especiales; y 7 para el resto de tributos).

Hay, por otra parte, verdaderas sorpresas: la pyme tributa, a través del Impuesto de Sociedades, a un tipo efectivo del 23%, frente al 20% de la gran empresa y al 14.5% de los grupos consolidados.

Y es que, al cabo, este despiporre patrio esta trastocando buena parte de nuestras principales magnitudes: disminuye el poder adquisitivo, se desploma nuestra capacidad de ahorro y se anubla, aún más, el horizonte de las pensiones futuras. Nada, como ven, que merezca un átomo de nuestra complicidad. Un enorme lastre que, de no atajarse pronto, acabará tumbándonos a todos.

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