Opinión

José Pons

Odyssey, por fin la verdad

El juez de Tampa, Florida, ha reconocido dos cosas muy importantes en el litigio entre Odyssey y el Estado español: que el tesoro procede del barco Nuestra Señora de las Mercedes y que se trata de un barco con pabellón de Estado y, por tanto, sometido a inmunidad por pertenecer a un Estado soberano y la empresa tiene que devolver el tesoro a España, como legítima propietaria. Es un gran éxito para quienes han llevado el asunto en nombre de España y me alegro de que haya prevalecido la verdad frente a los caza tesoros.

Pero en la decisión del juez hay algo también muy importante y que me llena de satisfacción. Es algo ímplicito. Al reconocer que se trata de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, hundida en 1804 en el Atlántico, en aguas internacionales, no lejos del Cabo San Vicente, se han venido abajo estrepitosamente todas las teorías del expolio que pretendían situar el origen del tesoro en el Mediterráneo, frente a las costas de Estepona, en aguas españolas, digamos, cerca de donde se supone que está el buque inglés Sussex.

¿Y ahora qué? Todos aquellos que afirmaron, sin género de duda, que la empresa le había tomado el pelo al Gobierno español y se había llevado un tesoro delante de nuestras narices, ¿tendrán la valentía de reconocer que se equivocaron? Los Pipe Sarmiento, Santiago Mata, El Faro y otros que se dedicaron a insultar y a calumniar, insinuando falaces connivencias entre funcionarios de Exteriores y Odyssey, ¿pedirán perdón o se excusarán por haber escrito barbaridades sin fundamento? Ellos eran los únicos que sabían la verdad: los barcos de Odyssey no se habían movido del Mediterráneo en el período controvertido del rescate. Por tanto, en Exteriores estaban mintiendo u ocultando actuaciones vergonzosas. Mientras, en realidad, en Exteriores, gracias al exhaustivo seguimiento y control que la Armada realiza de los barcos cerca de nuestras costas sabíamos con certeza que el Odyssey Explorer y el Ocean Alert habían estado un tiempo más que suficiente sobre el pecio de Nuestra Señora de las Mercedes para rescatar el tesoro.

Ríos de tinta se escribieron denunciando supuestas incompetencias a la hora de defender el patrimonio arqueológico sumergido. Aparecieron expertos en satélites, en pecios, en arqueología, para clamar contra la desidia de la Administración. Hasta el punto de que se instigó una denuncia absurda ante el Juzgado de La Línea que no podía ir a ningún lado. Por cierto, ¿adónde ha ido? Mientras unos gritaban desaforadamente o recurrían al insulto o a la descalificación temeraria, otros nos dedicábamos a defender la causa, sabiendo que no habíamos hecho nada incorrecto y que la justicia estaba de nuestro lado. Los hechos son muy claros. Precisamente porque Odyssey no pudo rescatar el Sussex al no cumplirse las condiciones de la Junta de Andalucía y al no poder eludir la estrecha vigilancia de la Guardia Civil y de la Armada, se fue al Atlántico a rescatar el tesoro de Nuestra Señora de las Mercedes, cuya localización ya conocía de antemano, sin ninguna duda. Como necesitaba revalorizar sus acciones, no fue capaz de guardar el secreto. Tenía que anunciarlo, ése fue su gran error y yo me alegro de ello y de que se haya quedado sin el tesoro. Nunca me gustaron sus métodos, aunque siempre estuvieron dispuestos a hablar y a negociar con la Administración.

Dos años después de haber pasado malos momentos y de haber sufrido el acoso insultante de algunos medios y de algunas personas, me queda la satisfacción de saber que algo debimos hacer bien para que el juez le haya dado la razón a España. Para mí, la satisfacción del deber cumplido es más importante que cualquier excusa o reconocimiento. Por cierto, espero que ahora le exijamos al Gobierno británico las responsabilidades debidas. Sin el almacenaje y protección en la zona militar de Gibraltar y sin las licencias y la complicidad activa o pasiva de las autoridades locales de Gibraltar nunca hubiera podido la empresa Odyssey llevar a cabo la apropiación y traslado del tesoro hasta Estados Unidos.

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