No escarmentamos. Los ojos son el espejo del alma, pero no nos interesa saberlo. Es más, parece que con esta nueva moda de llevar mascarillas la gente se tapa la cara por obligación y como mecanismo de defensa para, escondidos tras ellas, esconder las miserias que encierran. No hay ganas de mirarse a la cara.

Ahora lo que se lleva es parapetarse con la simple presencia de unos ojos por encima de unas telas. De eso se aprovechan los enmascarados de nuestra sociedad.

Los políticos y los gestores de lo público que han visto el cielo abierto para no dar la cara ante tanta dejadez. Los que hablan de acoso laboral por las ideas. Los que conducen ebrios sin mascarilla y los que hacen demagogia con el corte de suministro eléctrico a los que no podemos pagar el recibo.

Los aprovechados de turno que usan las mascarillas y las pruebas covid para no ir a trabajar.

Los descerebrados que llenan centros comerciales a las primeras de cambio de restricciones o los avariciosos que duplican citas para ir al encuentro con los reyes magos a modo de chascarrillo picaresco.

Por no hablar, de los graciosillos de redes sociales que hacen memes hasta de sus propios muertos.

Todos con nocturnidad y alevosía. Con antifaces. En silencio. Porque con la cara tapada no sabemos si la tienen lavada o no, si están babeando, haciendo burlas con los labios o te están sacando la lengua. La mirada, como nunca, está en el poder. Los ojos dicen mucho. La esencia del ser humano está en la mirada. En ella se pueden leer las frases que los labios callan, sin mentiras y sin malentendidos gramaticales.

Hacer un máster en la interpretación de la mirada es una buena inversión, porque las mascarillas han venido para quedarse y porque así podremos desenmascarar a tanto adicto a la incompetencia y tanto alérgico a la vacuna de la prevención de la estupidez.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios