HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Olvidos del progresismo

Las ideologías, por su naturaleza mutante y corta vida, se acompañan de novelerías y buscan noveleros que se las crean. El progresismo es una ideología; el progreso, no. Ambos van por distintas vías y rarísima vez convergen en un punto. Lo mismo podemos decir del feminismo y lo femenino, del pacifismo y el ánimo pacífico y de tantas otras mercaderías políticas que se pregonan. Ideologías como las anteriores no son duraderas y se deshacen en su propio desatino; pero el progresismo, por ser de las abstractas, ha sobrevivido y no se espera su desaparición inminente, como sería de desear para bien de la humanidad. El progreso es lo que es: un proceso lento, que avanza y retrocede, que adopta aciertos y rechaza errores, que de cada mil cosas que descubre desecha 999 y que se guía por el sentido común gratuito que nos ha dado Naturaleza. Verbigracia: correr hacia un precipicio por curiosidad malsana es progresismo; acercarse a él con tiento y guardarse del vacío, progreso. En suma, el progresismo no es un progreso.

Como cualquier ideología, es contradictorio: en el siglo XIX se opuso al progreso de las máquinas y fracasó, e hizo revoluciones y tuvo que rectificar; en el XX fundó regímenes perversos y organizó guerras contra ellos o los dejó caer por la pura inercia de su fracaso, y combatió el consumo hasta que se enteró de que la economía y el bienestar dependían de él en buena parte. Los progresistas adoptan novelerías políticas y las abandonan con la misma facilidad. Parecería capricho si no supiéramos que es conveniencia, o alharaca que admira mientras dura, o hermosos espejismos para llevar turistas en viajes organizados. El progreso siempre triunfa; el progresismo, sólo por temporadas. Vean, si no, el olvido al que está condenada la capa de ozono o el silencio que se cierne amenazador sobre el calentamiento terrestre. Observen cómo el pacifismo defendido para Iraq se ha trocado en agresión belicista para Libia. ¡Oh, mudanzas! ¡Ah, veleidades de la condición humana!

Al no ser un progreso sino por casualidad, como el del burro flautista, el progresismo retrocede las más de las veces, es reaccionario cuando se opone al sentido común y ultraconservador cuando alimenta frivolidades revolucionarias del pasado. Sufre de nostalgia por un modelo de sociedad que nunca existió, ni puede existir, y le tiene tal miedo a las libertades que las conjura engolfándose en hedonismos imbéciles o, después de leer a Erich Fromm, aboliéndolas. Ya los clásicos griegos y latinos prevenían a los jóvenes de los riesgos del progresismo y de la imposibilidad de basar en él una escuela filosófica, porque el hombre posee conciencia natural de lo que es progreso, y un ritmo que no se puede forzar, a la medida humana, para adaptarse a sus propias conquistas.

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