HAY ocasiones en que nos vemos obligados a intervenir y poner orden en determinado cuarto o armario en el que, con el paso de los años, se han ido acumulando objetos de todo tipo con escaso o ningún uso que, pese a esta circunstancia, no hemos querido tirar por razones sentimentales o por simple esperanza de volver a utilizarlo en un futuro. Pero un día la capacidad de ese cuarto no da más de sí y hay que cortar por lo sano si no queremos perecer bajo la montaña causada por esta espacio de síndrome de Diógenes. Así, nos armamos de valor y van saliendo desde aquél calentador antiguo que aún funciona pero que cambiamos por otro sistema mejor hasta el vestido que ya no nos entra y que nos habla de la persona que fuimos hace algunos años. Puede salir también un bolso arrumbado del que ya ni nos acordábamos y, al abrirlo, otra serie de pequeños objetos que sucumbieron también al cruel olvido.