HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Otoño islamista

ES difícil saber si algún dirigente político europeo creyó de verdad que las revueltas norteafricanas eran espontáneas, encaminadas a derrocar tiranos e instaurar democracias. Parece que no. Cuando un político se dirige a un público amplio para tratar asuntos preocupantes, no tiene otro remedio que mentir. A los analistas del mundo contemporáneo hay que leerlos con reservas, pues no son adivinos y no pocas veces han vaticinado futuros cercanos que no se cumplieron, pero esta vez han sido mayoría aplastante los que sospecharon que las alegres revueltas musulmanas derivarían en tristes tiranías clericales. Curiosamente, y en esto hay mucho que aclarar porque nos desconcierta, la prensa que se dice de izquierda vive la debilidad de Occidente y la posibilidad de la desaparición de Israel, seguida de inevitables persecuciones de judíos y cristianos, como signos de un porvenir venturoso.

Las ideas políticas son temporales en comparación con las religiones. Una ideología es capaz de arrastras masas, las mismas que la abandonan luego; pero una religión, como el Islam, que no distingue entre poder civil y religioso, ni entre leyes humanas y preceptos divinos, posee fortaleza y resistencia indestructibles. Sólo siglos de evolución del pensamiento harían lo que hoy sería milagroso. La sharia no es una ley civil, tal como se entienden las leyes en los países de tradición cristiana, sino la única ley, la Ley, y no cabe distinguir entre normas distintas para la vida espiritual y la temporal. En teoría, es la ley que obliga sólo a los creyentes musulmanes, pero como Dios no puede dar malas leyes a los hombres, allí donde el islamismo obtiene el poder impone la sharia como única Ley para musulmanes y no musulmanes, creyentes, ateos, agnósticos, tibios e infieles. A la izquierda europea parece gustarle el absolutismo teocrático, aunque todavía no haya aclarado por qué, quizá por lo que haya de común entre absolutismo religioso y totalitarismo pagano.

Sin embargo, ni el judaísmo ni el cristianismo llegaron nunca a confundir un poder con otro, por unidos que estuvieran en algunos momentos históricos el espiritual y el temporal. Para el judaísmo, Dios hizo un pacto directo para siempre con sus antepasados y su descendencia y, aun con conflictos, el pacto no era diferente según gobernara Nabucodonosor, Alejandro Magno o Vespasiano. Al césar lo que es del césar. El cristianismo no rompió el pacto, lo renovó y lo universalizó cristianizando el mundo clásico, y nunca pretendió, salvo utopías pasajeras, como el marxismo, de inspiración cristiana, que su doctrina moral fuera ley civil. Para judíos y cristianos la salvación es un asunto personal de la libertad del hombre en su relación con la divinidad. El islamismo y el marxismo coinciden en la idea de abolir las libertades para salvar por la fuerza, y por su bien, a quienes no quieren ser salvados.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios