La tribuna

Jaime Martinez Montero

PISA 2006: peor es justificarse

Dos de los argumentos que han esgrimido las autoridades educativas de España y de Andalucía para justificar los resultados de PISA merecen algunos comentarios. Uno se refiere a que, debido a nuestro atraso cultural de siglos, aún tienen que pasar muchas generaciones para que podamos alcanzar los resultados de países de nuestro entorno. El otro hace referencia a las limitaciones que tienen nuestros alumnos debido al bajo nivel socioeconómico de sus padres.

Casi no queda escapatoria: abarcan lo diacrónico y lo sincrónico. Antes de entrar en más consideraciones, debemos decir que no hay nada en la ciencia actual que avale o establezca que la capacidad prodigiosa de aprendizaje de los seres humanos se vea limitada por herencias culturales o por posibilidades económicas de su familia. Mantener tal cuestión es casi volver a teorías lamarckianas, cuya falsedad quedó demostrada hace muchos años.

No son pocos los que defienden similares argumentos, y puede parecer razonable el sostener tal punto de vista. Pero conviene que se vayan relativizando opiniones que, mal entendidas, más lastran que favorecen el desarrollo de la educación. Los contextos que aparecen junto a los resultados del aprendizaje no tienen por qué ser la causa de lo que ocurra. Un enfoque muy contextual explicaría de forma cómica la distancia en resultados entre La Rioja y Andalucía: el tipo de vinos que producen ambas regiones. Así, no hay nada como el vino tinto para aprender ciencias. Se tiende a pensar que cuando dos situaciones aparecen juntas, la una causa o explica a la otra y viceversa. Este es el origen de las supersticiones o de tantas manías sin sentido que se apoderan de las personas.

Más bien creo que el retraso cultural o el nivel socioeconómico de las familias no son la causa, sino la ocasión en la que los sistemas educativos y la calidad de los centros se ponen a prueba. Si yo dejo encima de la mesa de una terraza un fajo de billetes, será una ocasión en la que se pondrá a prueba la honradez de la gente que lo vea y se pueda hacer de él. Pero si alguien lo roba, lo hará porque es un ladrón y no porque yo haya dejado el dinero al alcance de la mano. Por otro lado, los datos de las tres aplicaciones PISA muestran ejemplos de cambios súbitos que se han producido sin que se hayan sucedido generaciones ni haya evolucionado el nivel de las familias de esos países. Corea ha tenido un ascenso vertiginoso, pero si buscamos algo más cercano a nosotros podemos fijarnos en Polonia. También Grecia ha subido significativamente, al igual que Méjico. ¿Qué ocurre entonces si aceptamos sin más esos razonamientos? ¿No podemos hacer nada? ¿Ni siquiera tener esperanzas de que en PISA 2009 nos pase lo que a Polonia, Grecia o Méjico?

Otra confusión es la que está detrás del otro argumento que aquí queremos rebatir. Es cierto que a España le va a costar generaciones llegar a alcanzar el nivel cultural de otros países europeos, si bien en el ritmo de crecimiento puede tener influencia la calidad del sistema escolar. Igual de cierto es que para 2009 (próximo PISA) es imposible que las familias españolas aumenten de manera muy notable su nivel económico y cultural. En ese sentido hay que dar la razón a nuestras autoridades.

Pero aquí está la confusión: no se trata de eso. De lo que se trata es de que la escuela enseñe a los niños competencias básicas, habilidades culturales valiosas, destrezas suficientes para afrontar aprendizajes nuevos, flexibilidad para adaptar lo conocido a los nuevos requerimientos. Me explico. Es claro que los estímulos culturales que tenga un niño o niña cuyos padres tengan una elevada formación, que crezca en un ambiente orientado a la actividad intelectual, pleno de medios y recursos, y que les facilite significativas y valiosas oportunidades de aprendizaje, no va a poder ser sustituido del todo, en el caso de sujetos de procedencia humilde, por la escuela.

Pero eso no es lo que se pretende. Lo que sí parece razonable esperar es que el poder político y las correspondientes administraciones establezcan las condiciones necesarias para que las instituciones escolares consigan que el alumnado, después de once años de permanencia en las mismas, sepa explicar las ventajas del ejercicio físico o conocer algunos componentes de la lluvia ácida (preguntas de PISA 2006), y no es ser demasiado exigentes esperar que algo tan previo como las destrezas elementales de lectura o de matemáticas puedan ser adquiridas por sujetos con un equipamiento intelectual normal y corriente y con independencia del medio familiar y social del que procedan.

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