Valga decir que ni a Pedro Pacheco ni a Pilar Sánchez les debo nada en absoluto. Tampoco ellos a mí. Pero es raro el día en que no me acuerdo de los dos, enchironados, valga la expresión, por asuntos que no me conciernen y, si me apuran, ni siquiera termino de entender, aun cuando sé que por cosas muchísimo más graves hay quinquis y chorizos de chaqueta y corbata libres como los pájaros que son.

Pues me dan pena los dos ex alcaldes, para qué mentir. Me dan pena porque por mucho que digan que se han acostumbrado a la rutina en prisión (o eso dicen los medios), lo cierto es que para cualquier persona que no nació ni se crió en un ambiente de marginación, donde delinquir es el pan suyo de cada día, acabar entre rejas debe ser duro y traumático. Pavoroso.

Recuerdo una entrevista en las semanas previas de la detención de Pacheco para su ingreso en la cárcel, en la que decía que ir a la trena le daba auténtico pánico. Y no es para menos. Que para quienes no conocemos el mundo carcelario la sola idea de pisar un centro penitenciario debe ser de por sí una condena.

Digo yo que su famosa frase le persigue como una rémora y los que ahora rigen los destinos de don Pedro no están dispuestos a echar pelillos a la mar.

Y de Pilar Sánchez no sé nada. Siempre fue muy cordial conmigo, muy amable. Incluso acudió a una de las presentaciones de mis novelas. Me regaló una estilográfica que aún conservo.

Espero puedan disfrutar pronto de la libertad. Tal vez no ha pasado todo el tiempo que las sentencias dictaron en su momento. Pero visto la cantidad de bribones que hay campando a sus anchas, y con todo lo que se han llevado, acaso sea hora de que Pacheco y Pilar vuelvan a casa. Por sus familias y por ellos mismos.

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