En tránsito

eduardo / jordá

Paco de Lucía

CADA vez que se celebra el Día de Andalucía, vuelve el viejo debate sobre las causas del atraso andaluz. ¿Por qué tenemos unos índices de desempleo tan pavorosos? ¿Por qué no hemos sido capaces de articular una alternancia política? ¿Por qué no despegamos como región? A la hora de analizar estas cuestiones, hay quien saca a relucir los clichés sobre la pereza y la indolencia ancestrales, pero eso es algo que un simple paseo por cualquier pueblo de Andalucía desmiente de inmediato. Una comunidad donde hasta los pueblos más olvidados tienen las fachadas encaladas, con tiestos de geranios y ropa limpia secándose al sol, no es una comunidad de gente holgazana que deja pasar el tiempo. Y eso también era así hace cien años. Entonces, ¿por qué las cosas siguen igual?

Tengo una teoría. El problema de Andalucía no es la pereza ni la indolencia ni el fatalismo, porque no hay pueblo menos perezoso e indolente que el pueblo andaluz. El problema más grave de Andalucía se llama falta de curiosidad, con su correlato, que es la falta de iniciativa. Nuestro problema es que mucha gente no tiene ningún objetivo vital que vaya más allá de la Semana Santa, la Feria, el Carnaval o el Rocío (o el Fútbol, también con mayúsculas). Nuestro problema es que mucha gente no siente el menor interés por viajar a otro sitio o por aprender otro idioma. Y nuestro problema es que todo el mundo, o casi todo el mundo, sólo es capaz de concebir un trabajo en la Administración, sin pensar que hay otras muchas posibilidades, aunque sean más arriesgadas.

Justo ahora se acaba de morir Paco de Lucía. No ha habido nadie más andaluz que él, y al mismo tiempo, no ha habido nadie que haya sentido más curiosidad que él. Supo aprender del jazz y de la música cubana, sin dejar de ser un flamenco genuino como ha habido pocos. No se pasó la vida recibiendo ayudas oficiales, porque supo buscarse la vida de mil formas diferentes, en Estados Unidos y en Europa y en medio mundo, y al mismo tiempo fue una persona que vivió retirada, lejos de los focos, porque no le gustaba llamar la atención ni vivir expuesto a las miradas ajenas. Experimentó, probó y tocó, y se quedó con lo nuevo que le gustaba y lo combinó con todo lo bueno que ya tenía. Vivió en Mallorca y en el Caribe y en Cuba, y murió de una forma muy hermosa, jugando con sus hijos en la playa de Tulum, en México, un lugar también muy hermoso. Un andaluz al cien por cien, claro que sí. Pero qué diferente, qué personalísimo andaluz era este hombre tan distinto de muchos de nosotros.

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