En un excelente artículo titulado 'Tener hijos es franquista; morir solo en el cuarto de baño es guay', Alberto Olmos hacía una propuesta la mar de interesante. Después de detectar el desdén a las familias y los padres de la sociedad moderna, lanza esta propuesta: "Que la cotización de los hijos una vez empiecen a trabajar se destine directamente a pagar la pensión de sus padres. […] Si una mujer inmigrante tiene cuatro hijos que apenas puede mantener, cuando se jubile será rica. Ya dijo Diderot que 'los pobres son los que mejor pueblan'. Así las cosas, ¿por qué tienen que pagar los pobres la pensión de los hípsteres? ¿Por qué tiene que cobrar más quien más aporte y no se considera aportación precisamente traer al mundo a uno o más cotizantes? ¿Por qué tienen que ser mis hijos 'solidarios' con todos esos que los desprecian y que, de hecho, no querían ni que existieran?".

Aunque sólo he tenido dos hijos, y me quedaría una pensión menor que la de las familias numerosas, firmo encantado, no por interés, sino por justicia. Y no vengo sólo a hacer una reverencia a Olmos y a recomendárselo a ustedes, sino a subir su apuesta. ¿Qué pasa con la deuda pública que los políticos actuales no dejan de engordar a lo bestia? Ellos se gastan el dinero posando de solidarios, pero van dejando una cuenta que van a pagar mis dos hijos y los suyos, querido lector, si los tiene. Quizá estén ahora jugando o haciendo la tarea mientras usted lee esta columna. Levante la mirada, obsérvelos y piense que ellos pagan (pagarán en el futuro) la inmensa deuda que estos irresponsables están cargando sobre sus tiernos e inocentes hombros, sobre los que también recaerá el pago de las pensiones de aquellos que no tuvieron hijos, si Alberto Olmos no lo remedia.

Puede que a usted la macroeconomía le apasione tan poco como a mí, pero tenemos el deber moral de decir a nuestros hijos, cuando nos miren espantados como miembros de la generación que les hipotecó el futuro para tapar los boquetes de la mala gestión y la fácil demagogia política, que nosotros hicimos todo lo que estuvo en nuestra mano por evitarles el trance. Hay un modo muy sencillo de empezar a preocuparse. Cada vez que el Gobierno presuma de gasto público, de dinero prestado por los organismos internacionales (que hay que devolver) o de proyectos faraónicos, mire a su hija o a su nieto y susúrrese esta hiriente verdad: "Lo paga mi niño".

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