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Brindis al sol
De vez en cuando quizás convenga apartar la mirada del espectáculo actual de la política y alimentar nuestra sensibilidad con otro tipo de emociones. De no ser así, se corre el peligro de quedar petrificados de espanto como, según griegos, les ocurría a los incautos que miraban demasiado fijamente a gorgonas y medusas, figuras míticas embaucadoras por excelencia. ¿Pero hacia dónde pueden dirigir los andaluces una mirada que vaya más allá de lamentar las fiestas y ferias perdidas? Porque hay vida más allá de velas y farolillos. Por ejemplo, en estos días, en la 88ª reunión del Consejo de Patrimonio Histórico, se ha propuesto que la Unesco acoja como bien mundial el Mar de olivos que recubre con su verde capa de color algunas provincias andaluzas, sobre todo, Jaén. Pero esta llamada, esta búsqueda de reconocimiento exterior, poco significará si se reduce a figurar como itinerario recomendable en una guía turística. Habría que añadir que ese mar de olivos no es un don de la naturaleza que el azar geográfico dejó caer por allí. Este mar de olivares, tan gratos a la mirada, no es solo un paisaje, es una construcción cultural elaborada durante siglos gracias al sudor y al ingenio de muchísimos andaluces. Esta belleza fue alcanzada, hay que reconocerlo, gracias, a veces, a jornales de miseria, pero, ahora, es uno de esos bienes que pueden llenar de orgullo a quienes han conseguido que una fuente de riqueza despierte, además, al ser contemplada, tanta emoción estética, como mostró de manera tan acertada, en sus cuadros, Rafael Zabaleta. Y permite, sobre todo, hacer una lectura de la historia económica y social de la España del sur, que olvida las siempre nostálgicas referencias a la valiosa industrialización del norte. Pero este efecto de fundir, en un mismo terreno, negocio y atractivo estético para la mirada, también se ha dado en otro mar, formado esta vez con hileras de cepas: el de las viñas de albariza del marco jerezano. Y aún existe otro tipo de paisaje más, destacable, en el que se confunde con la misma gracia lo que ha puesto la naturaleza y lo que se debe a la mano laboriosa del hombre: las salinas de las marismas gaditanas. En este último caso, su deslumbrante belleza, casi escondida, necesitaba un mayor descubrimiento. Por fortuna, esta misión ha recaído en Carmen Laffón, que ya tanto hiciera por acercarnos al mundo de las viñas. Ahora hace lo mismo con la sal. Quizás la mejor vertebración de Andalucía la proponen estos tres tipos de paisajes y aquellos que, con sus pinturas, han sabido interpretarlos.
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