Un día en la vida

manuel Barea /

Palabrería

CUANDO subido a la tribuna de oradores un político conmina a su adversario con toda la vehemencia de la que es capaz a que pase de las palabras a los hechos y le reprocha que ya está bien de hablar y que ha llegado la hora de pasar a la acción, simple y llanamente está mintiendo. Y lo sabe. Sabe que está profiriendo un embuste. Lo hace, además, invistiéndose como el portador del mensaje que, según él, la población está cansada de transmitir a los políticos. Proclama, con tono de inquisidor, que los ciudadanos están cansados de tanta cháchara y tanta promesa incumplida y demandan hechos, y como un martillo pilón repite varias veces que no hay que decir cosas, sino hacerlas, no decir cosas, sino hacerlas... Y va y las enumera. Y habla y habla sin parar diciendo que hay que hablar menos y hacer más. Y por supuesto es su partido el único capaz de cumplir con ese precepto. Y para demostrarlo e intentar convencer a los que todavía recelan o desconfían de que sea así sigue con la perorata recriminando al adversario que hable tanto y no haga nada.

El ejercicio de la política está cimentado en la palabra y en su poder. Comunicación le llaman. Distinto es que se desvirtúe y la cosa, como bien sabemos, derive en palabrería, de la que el parlamentarismo español anda sobrado. Con escasas excepciones lo que abundan son boceras y de entre éstos sobresalen los discursistas que manipulan las palabras y se sirven de ellas para decir que no hacen falta, que menos palabras y más hechos. Sí, otra vez, tantas veces como sea necesario y aunque se encienda la lámpara roja que avisa de que el tiempo de su intervención ha terminado y tiene que dejar el turno al siguiente. Que también hablará demandando más acción y menos verbo. Ah, y cuando acaba la sesión parlamentaria una silla los espera en alguna tertulia. ¿Conocen ustedes a algún político parco en palabras? ¿Votarían a alguien que dijera el mínimo esencial? Me parece que es muy complicado dar con uno que sea así, la mayoría necesita toda esa hojarasca para camuflar tanta farfolla, como ese al que se le llena la boca exigiendo menos palabras y más hechos y lo hace sin parar de rajar, dando toda la razón a Hannah Arendt cuando escribió en Crisis de la República que "la sinceridad nunca ha figurado entre las virtudes políticas y las mentiras han sido siempre consideradas en los tratos políticos como medios justificables".

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