¡Ya está bien! Van 22 mujeres asesinadas en apenas tres meses y medio y todos los estamentos se echan las manos a la cabeza. En unos casos ante la magnitud del feminicidio; en otros ante la ineptitud de quienes pueden hacer algo por intentar evitarlo. Ya está bien de verborrea, de buenas intenciones, de declaraciones rimbombantes o de reuniones en la cúpula, que nada producen. La violencia de género no se combate con buenas intenciones políticas. Se combate con buenas actuaciones políticas, que no es lo mismo. ¿Se imaginan qué habría ocurrido en nuestro país si hubiese habido 22 atentados terroristas con resultado de muerte? ¿Se imaginan la cantidad de escoltas y recursos que se habrían puesto en marcha para proteger a los posibles amenazados? ¿Acaso no son igual de terroristas los asesinos de ETA que quienes asesinan a mujeres que creen de su propiedad? ¿Alguien puede explicarnos cuál es la diferencia entre una mujer asesinada por un terrorista organizado y otra que lo es por quien fue, es, o pretende ser la persona que supuestamente la quiere? Alguien podría pensar que la única diferencia es la profesión, y eso es muy duro.

Pero son los políticos, y lo digo en masculino porque son mayoría los hombres tanto en el congreso como en el senado, quienes tienen la posibilidad y la responsabilidad de mejorar la situación. No se trata de decir nada. No, se trata de hacer. Se trata de dotar de los recursos necesarios a quienes tienen la competencia de proteger a las mujeres amenazadas. Anda, que expliquen cuantas personas trabajan en el SAF de Jerez y cuantas órdenes de alejamiento hay en Jerez. Se trata de destinar el dinero necesario para que todo el que tenga orden de alejamiento lleve una pulsera que advierta a la policía de que una mujer corre peligro. Se trata de que destinen dinero a educar en igualdad y evitar que el machismo vuelva a extenderse entre los más jóvenes, incluso los universitarios. Se trata de creerse que de verdad la violencia contra la mujer es un problema de todos y dedicar medios a evitarlo. El resto solo es… ¡palabrería!