En tránsito
Eduardo Jordá
Vivienda
Crónica personal
El Palacio de Hielo de Madrid se ha convertido en toda España en un símbolo de la pandemia, no solo en Madrid. Allí se depositaron 1.200 féretros con fallecidos a los que los servicios funerarios no podían atender porque se encontraban desbordados. El Palacio de Hielo, lugar de ocio, fue lugar de la soledad más absoluta. Durante semanas enteras han reposado filas interminables de féretros con personas que no pudieron contar con la compañía de su gente más cercana a la hora de su muerte; sus familiares no pudieron tomarles de la mano en el último momento. No pudieron llevarles unas flores ni rezar una oración.
El único consuelo para sus allegados fue que esos días reposaron en un lugar muy dignamente acondicionado, en el que recibieron un respetuoso trato por parte de los profesionales de las funerarias, miembros de la seguridad del Estado y los militares que los trasladaron, así como de los sacerdotes que acudieron para rezarles un responso. Solo los que han tenido la desgracia de perder a un ser querido estos días conoce la angustia por la que han pasado miles de familias sin saber cuándo se trasladaría a su padre, hermana, madre o hijo a un tanatorio. Al dolor de la muerte se sumó el dolor de la incertidumbre.
El Palacio de Hielo se ha clausurado con una ceremonia breve, austera, con la ministra de Defensa -ha tenido un comportamiento ejemplar en estas semanas-, la presidenta del gobierno regional, el alcalde de Madrid, consejeros regionales y miembros de las fuerzas y organizacionesque durante todo este tiempo se ocuparon de que la morgue fuera un lugar de recogimiento y respeto.
Un minuto de silencio y el himno nacional puso punto final a un recurso de urgencia que, más que lo vivido en cualquier otro edificio público, ha demostrado que la pandemia ha provocado una conmoción por encima de las cifras de afectados y fallecidas. El cierre de esa morgue inconmensurable significa que se va doblegando la curva.
Nunca acudió Pedro Sánchez a homenajear a los muertos. No se comprende que no haya tenido ese gesto de sensibilidad que sí han tenido otras autoridades civiles y militares. No ha estado precisamente sobrado de gestos en esta crisis: no ha sido capaz de pronunciar unas palabras de apoyo al Rey tras la arremetida de su vicepresidente Iglesias. Como tampoco ha pronunciado unas palabras de agradecimiento a Amancio Ortega, al que ese mismo vicepresidente tiene una especial animadversión y que sin embargo ha colaborado de forma importante para que Sanidad dispusiera de material sanitario.
Esta pandemia, además de su déficit en gestión, ha mostrado también la cara menos grata del presidente.
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